Rastros de tinta

Caída del búfalo sin nombre

Leer Caída del búfalo sin nombre, libro de ensayos de Alejandro Tarrab publicado por Mantarraya/Malpaís en el 2017, transcurrió en dos momentos distintos, alejados casi dos años. El primero fue con unas copias que recibí en un taller de cuento. Se trataba de “Maldición”, uno de los capítulos del libro. Emocionado por la lectura introductoria, compré el libro casi de inmediato. Pero mi entusiasmo fue rápidamente disipado por la complejidad de la obra, por lo que la dejé arrumbada en mi librero, entre Memorias del subsuelo y alguna novela de Galdós que no recuerdo haber comprado. Se mantuvo allí, hasta leer de nuevo unos fragmentos de aquella obra en la revista La peste. Guiado por un sentido de estilo (gracias a la misma revista), leí esta vez por completo la obra. Caída del búfalo sin nombre es una combinación de ensayo y crónica-ficción cuyo eje central se posa sobre y en los alrededores del suicidio. Tarrab atraviesa las profundidades del suicidio desde la historia, la poesía, la religión, con una estructura y prosa llevadas al delirio.

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La obra de Tarrab se compone de ocho secciones. Cada una de ellas inicia con una tesis a ser desarrollada, como aforismos que sin vacilación se expanden. Pero nombrar a cada una de estas secciones como “ensayo” es delimitarlo, pues el método ensayístico aplicado va más allá de la razón: Alejandro Tarrab apuesta por el simbolismo, el ritmo y la repetición como métodos de deducción. El hilo sigue la experiencia y las reflexiones de un narrador, posterior al suicidio de su abuela cuando era niño. En estas reflexiones, el narrador se convierte en un investigador alucinado, que percibe, toma y plasma ideas sobriamente. El mero acto de hablar permite seguir construyendo la misma prosa que se estira y ramifica, a veces sin llegar a ninguna parte (se impulsa y se lanza desde las tradiciones judías, con la biología de los tlacuaches, tribus y sus mitos, análisis de idioms, memorias personales). Está de más decirlo, pero que un lector piense como inexistente tal hilo argumental es razonable.

La experiencia de lectura de Caída del búfalo sin nombre me recuerda a mi primera lectura de Zama, de Antonio di Benedetto: un territorio inexplorado, un español de alguien lejano a nuestro pensar. Nos recuerda que aún no se agotan las posibilidades de juego dentro del ensayo. También como Zama, es un libro intimidante, ya que penetra, con imágenes y yuxtaposición de símbolos inusuales, al suicidio. Tanto en Tarrab como en Di Benedetto, la originalidad y la precisión de ésta pueden aturdir al lector; el primero se centra en un lenguaje sumamente matizado, mientras que en el segundo lo poético cambia las coordenadas del juego, sin perder efectividad. El ritmo y la atmósfera serán lo que llevará de la mano al lector. También son importantes las tesis que declara como un profeta delirante, que, a medida que habla, construye las bases de su propio vaticinio. Es un movimiento en descenso sobre lo vertical, y circular sobre lo horizontal. De esta manera, se entrega, en la búsqueda de la palabra, a la caída en espiral. “El suicidio es un acto de acentuación, una búsqueda en el abismo que otorga la caída [...] El suicidio es un movimiento extremo que se pronuncia desde la ira, desde la savia y la aflicción”. Las contraposiciones (infancia-adultez, gruñido-palabra), el movimiento creador de las reflexiones (niños que se ordenan, niños que se llenan de silencio), la supresión de letras para señalar un aura, un rito impenetrable ( Di-s, C-men) son elementos literarios tan eficaces como los elementos gráficos que el mismo libro posee. Por esta razón vale la pena hablar sobre la edición del libro, ya que fue publicado por primera vez en línea desde el 2015, y su página no está disponible. Entonces es imposible determinar, desde mi punto de vista, cuánto de su estilo se le puede atribuir al autor y cuánto a las editoriales (Malpaís Ediciones y Mantarraya Ediciones). La primera edición que poseo, publicada en 2017, es uno de esos raros ejemplares donde la tipografía, las ilustraciones y demás señas gráficas acentúan ese sentido de personalidad única que el texto ya posee por sí mismo. Las ilustraciones crudas, científicas (recuerdan a esbozos de renacentistas) y surreales de Coral Medrano siempre acompañan el inicio de cada capítulo; esto provoca una idea visual de lo que vendrá a continuación. El uso de las fotografías, las tachaduras, las líneas que atraviesan todas las páginas, los augurios como maldiciones en letra blanca, con fondo negro, hacen pensar en un trabajo editorial con una intención clara y completa, lo cual se agradece muchísimo.

Con todo esto, no quiero dar a entender que yo mismo he comprendido a fondo lo expuesto por Tarrab. Aun cuando haya regresado a esta obra años después, con mucha más experiencia, me resultan inaccesibles algunas imágenes. La fuerza poética de Alejandro Tarrab desarraiga y sacude los mismos límites de lenguaje, lo cual, quizá, explique cierta esencia inexplicable de su obra. Quizá sea un despropósito tratar de hacerlo.

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