Tania Ramírez Rocha analiza el “tercer género”: muxes, chotos y marisoles

Los hombres que transitan a lo femenino buscan luchar y transformar las relaciones de género

Junto con otros núcleos de la sociedad —que no forman parte de las posiciones de poder—, los hombres que transitan a lo femenino buscan luchar y transformar las relaciones de género.

En el vaporoso clima de Cuajinicuilapa, población afromestiza de la Costa Chica guerrerense, la antropóloga Tania Ramírez Rocha tuvo sus primeras conversaciones con los marisoles, hombres que “transgreden” la identidad de género asignada y se identifican con los “roles” femeninos. A partir de esa experiencia, de la que dista más de una década, la especialista se ha interesado en el estudio de aquello que subvierte el sistema patriarcal y el desplazamiento de lo masculino.

La investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), explica que desde los años 70, cobró fuerza la idea de “un tercer género” para referirse a personas que “cambiaban” el género que la sociedad les asignó, ya sea por su cuerpo u otro elemento; especialmente en regiones consideradas no urbanas o indígenas, fuera del mundo urbano eurocéntrico.

Los hijras de la India y los berdache de Norteamérica, sirven de ejemplo, al igual que los muxes de Juchitán, Oaxaca, los chotos de Veracruz o los marisoles de Cuajinicuilapa, en el caso mexicano.

En palabras llanas, dice la especialista del Centro INAH Morelos, no todos los hombres “valen” lo mismo ante el sistema patriarcal, ni todas las mujeres, “pero como todo sistema de poder, siempre alberga grietas y cambios”. Y es en el ámbito de lo festivo−religioso, donde Ramírez advierte que se encuentra una hendidura a través cual se otorga valor y reconocimiento social a estas personas “transgresoras”.

En muchas regiones del país, los hombres afeminados y las mujeres son rezanderos, cuya labor tiene peso a nivel social, destaca la antropóloga, autora del artículo Las fronteras del género y sus grietas, en el número más reciente del suplemento cultural El Tlacuache, cuyo acceso es ; la investigadora lanza una serie de preguntas: ¿cuál ha sido su papel en la sociedad?, ¿están fuera de la norma social o son parte de ella?, ¿los hombres vestidos de mujeres en carnavales, son lo mismo que los denominados jotos, chotos, marisoles, gays, muxes?

La dualidad

Para intentar comprenderlo se debe retroceder en el tiempo. Tania Ramírez recuerda que en el México prehispánico existía la figura del cuiloni o cuilonime (en plural), descritos en fuentes como hombres practicantes de “la sodomía”, pues era el referente colonial para explicarlo ante el catolicismo español. En contraste, cuachic definía al hombre que actuaba según el ideal masculino, que era demostrar furia y fortaleza en el campo de batalla.

“No obstante, ante el juego de las relaciones de poder activas y cambiantes, los hombres que ingresaban al espacio femenino, y ‘que parecían mujeres’, tenían una vía para el reconocimiento social, como sucede en gran parte del territorio mexicano contemporáneo. En Tlaxcala, por ejemplo, los cuilonime’ participaban en la fiesta de la veintena del quecholli para la diosa Xochiquetzal.

“La participación en espacios festivo-religiosos deriva de la noción de la divinidad y bajo una concepción dual cosmogónica. Omteotl era un concepto que englobaba lo femenino y lo masculino. El principio cosmogónico involucra fuerzas duales en equilibrio y pugna: la noche-el día; frío-caliente; húmedo-seco; cielo-inframundo, entre otras”, explica la antropóloga al referir que, en este sentido, el hombre que se desplaza hacia la feminidad, engloba una dualidad

En el ensayo del órgano de difusión del Centro INAH Morelos, Ramírez explica que durante su trabajo etnográfico en Cuajinicuilapa observó que —si bien el tiempo y el espacio no es el

mismo al de los antiguos cuilonime— los hombres que se desplazaban por las tareas de mujeres o se visten como mujeres, tenían un reconocimiento social y participaban activamente en las festividades.

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La religiosidad que ha escapado a la normativa del catolicismo legitimado, es decir, los llamados “catolicismos populares” o de otras religiosidades no eurocentradas, ha sido una esfera de reconocimiento y valoración social de este sector de la población. “Los hombres que escenifican a las mujeres y lo femenino, aparecen en diversos carnavales en México, y también no solo en los momentos festivos, sino en la vida cotidiana”.

En Cuajinicuilapa, mediante el entretejido de influencias religiosas (la cosmovisión mesoamericana, las raíces de culturales africanas y el catolicismo), “se dio una asociación entre el hombre que mantiene prácticas sexuales o relaciones afectivas con otros hombres, y las sexoservidoras; de manera que ambos organizan la festividad dedicada a María Magdalena”, añade.

En todo caso, la celebración religiosa permite ganar escaños en las posiciones de poder en las que se encuentran ambos ante el modelo patriarcal.

La antropóloga comenta que la dualidad también se expresa en los nombres de los marisoles de Cuajinicuilapa, uno en masculino y su feminización: “Noé-Noelia, quien en aquel momento tenía 12 años de edad, me explicaba que en la escuela, los profesores le decían Noé, pero en la calle, con sus amigos o ciertos familiares, era Noelia. Asimismo, al vestir podía incorporar elementos asociados a las mujeres, como minifaldas de mezclilla”.

Las “viudas” de Morelos

Tania Ramírez concluye su artículo hablando de las “viudas” del centro de México, en concreto del estado de Morelos, cuyos personajes ha estudiado recientemente. Durante los carnavales aparecen hombres que, por diversión, visten de mujer y recorren las calles del lugar con una caja que alude al “ataúd de su esposo”, llorando y con alguna bebida alcohólica en mano.

 “Esto, por un lado, refleja el control de lo masculino sobre la representación de lo femenino; de quién puede representar a quién y bajo qué tono, satírico en este caso. Y por el otro, el participar como ‘viuda’, puede implicar romper con la masculinidad, aunque sea por un día. Es una vía de subvertir el orden social”.

En los concursos que se hacen para determinar quién fue “la mejor viuda”, incluso, se trazan las luchas de poder entre quienes se consideran “hombres” y los “afeminados” o que cumple un rol femenino en la sociedad; “podemos decir que se da una separación entre los hombres que buscan hacer una ‘escenificación’ o ‘burla de lo femenino’, frente a quienes buscan formar parte de ‘lo femenino’ en la vida diaria, o de un nuevo modelo dual o de desplazamiento de género.

“En todo caso, para quienes están en el segundo rubro, las condiciones de vida suelen conllevar violencia y formas de exclusión. Pero, junto con otros sectores de la sociedad —que no forman parte de las posiciones de poder—, buscan luchar y transformar las relaciones de género”, finaliza la antropóloga.


 

 

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