Carlos ROCHA En condiciones de extrema pobreza y abandono se le encontró en un basureo. Tenía una lesión en la pelvis, debido a que lo había arrollado un auto, por lo que ahora depende de una andadera y la supervisión de una enfermera. Ángela Nolasco Paisano es una de las 17 personas de la tercera que edad que viven en el asilo de ancianos Vivir de Amor, donde convive con otras personas que se encontraban en la calle. Desde enero del 2001, esta fundación de beneficencia privada (FBP) realiza rondines por las calles de la zona metropolitana de Puebla, para ubicar acianos en estado de abandono. Después de entrevistarlos y aplicarles distintas pruebas, los llevan a la casa hogar. El Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores (Inapam) ha reportado en el estado de Puebla a 533 mil ancianos, de los cuales 3 de cada 10 viven en condiciones de pobreza o situación de calle, mientras que el 50 por ciento carece de una vivienda propia. En la última década, la población de 60 años o más prácticamente se duplicó, al pasar de 272 mil que había en 1990, a 514 mil, las fueron contabilizadas en 2010, cuando el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) realizó el último censo de población. Debido a este problema generacional y social, las instituciones como el DIF (tanto estatal como municipales) no se dan abasto; por ello se fundó el asilo Vivir de Amor. Una historia de altruismo Era domingo del año 2000. Un indigente se acercó al empresario Rodolfo Tinajero Ayala para pedir dinero mientras desayunaba en los portales de San Pedro Cholula. Además de entregar el apoyo económico solicitado, surgió la interrogante en el empresario cuyo ramo era la producción de algodón sobre ¿quién apoya a los ancianos indigentes? Así nació la idea de ayudar a las personas mayores de 65 años que estuvieran en situación de calle, desamparados, sin tener familia, libres de adicciones, que estén en pleno uso de sus facultades mentales y se puedan valer, de entrada, por sí mismos. En menos de un año, el empresario obtuvo un predio en el Barrio de Jesús en el mismo municipio donde el indigente le pidió ayuda y al paso de 13 años ha dado cabida a decenas de ancianos que ingresan en condiciones deplorables y salen de acuerdo al cumplimiento de su última voluntad: ser incinerados o enterrados. Ancianos foráneos Hortensia Rosales Estrada nació el 16 de julio de 1925 en la ciudad de Guadalajara, Jalisco. Actualmente tiene 89 años y recuerda que su infancia fue un poco triste, debido a que no tuvo el cariño y afecto de sus padres. “Mi mamá falleció cuando yo nací y mi papá me abandonó. Viví con mi abuela hasta que tuve 5 años, puesto que ella también falleció. Posterior a esto, pasé algún tiempo con algunos familiares. Llegué a Puebla cuando tenía 10 años y me empleaba como nana; a los 16 me casé por la Iglesia, y pues aquí me quedé”, recuerda. Nunca tuvo hijos y no tiene familia, toda se quedó allá, en Guadalajara y ellos ya no viven. “Mi esposo tuvo familia con otra persona. Soy viuda desde hace más de 15 años. Después me casé por lo civil con otra persona y me separé porqué era casado, además él tenía nueve hijos y no era correcto”. Así, Hortensia se quedó sin familia hasta y que el tiempo transcurrió sin que se diera cuenta. Anduvo por las calles vendiendo dulces y por las noches se quedaba en un lugar donde pagaba 150 pesos al mes, de donde estaban a punto de desalojarla puesto que la dueña murió y el nuevo propietario ya no le iba a permitir estar ahí a ese precio. Recuerda que la primera vez que las personas del asilo Vivir de Amor fueron a verla, le hicieron algunas preguntas: ¿Tiene familia? ¿Quién le ayuda?, ¿Qué come?, entre otras, y tras ello pactaron regresar por ella. Después de transcurridos algunos días, una mañana llegaron personas del asilo y le explicaron que ingresaría al sitio. Ella aceptó. La historia de Javier Berruecos Sánchez es similar. Nació en 1942 aproximadamente, desconoce la fecha exacta debido “a que me dejaron en una casa cuna llamada Guadalupe Berruecos”, ubicada en la ciudad de Querétaro, en donde las religiosas lo bautizaron con el nombre de Javier y los apellidos de la madre fundadora Guadalupe Berruecos Sánchez. Recuerda que permaneció en la casa-cuna hasta los 10 años, después los trasladaron a Puebla al internado Rafael Hernández Villar. Al momento de salir de la casa-hogar trabajó en una imprenta, el oficio lo trasladó a la Ciudad de México donde se relacionó con una mujer, cuyos hijos no lo aceptaron por lo que decidió regresar a Puebla. “Tuve una novia la cual murió en un accidente y bueno; con esta experiencia decidí nunca más buscar otra pareja”. En el año de 1993, se enfermó de diabetes mellitus y su pierna izquierda tuvo que ser amputada. Debido a que no tenía familia, el día 24 de septiembre de 2010, a sus 68 años aproximadamente, ingresó al asilo Vivir de Amor. Estadísticas del Inegi revelan que la diabetes mellitus no insulinodependiente fue la principal causa de egreso hospitalario entre los adultos mayores poblanos al elaborar el último censo. |