Mario GALEANA Para el payaso, o más bien para el arte de ser payaso, como señala Alberto, el hombre que encarna a Tuercas Locas, no existe mayor escenario que el de un camión, una esquina, una fiesta, un evento público y hasta un hospital para tratar de robarle una sonrisa al público. Así es este oficio: bondadoso, carismático, más complejo de lo que pudiera imaginarse, pero a su vez poco valorado. Sin mencionar que nadie imaginaría que detrás del mundo de las risas, el maquillaje y los disfraces, se esconde también un ambiente de envidia, discordia y celos. Pero, pese a todo, el arte de ser payaso ofrece más recompensas que amarguras. Para Alberto, es decir, para Tuercas Locas, significó la oportunidad de compartir escenario con su hijo de 12 años, ahora conocido como Chispita, así como para obtener un nuevo significado de la vida misma. El hombre detrás del maquillaje Alberto Soto llegó al mundo del entretenimiento por mera curiosidad. Un conocido suyo lo invitó a caracterizarse por primera vez como payaso durante una feria patronal y aceptó de buena gana, sin saber que así se gestaría el nacimiento de Tuercas Locas. El hecho, ocurrido hace siete años, despertó en Alberto un notable interés por el mundo de los payasos. Pero fue hasta hace cinco años cuando, según reconoce, profesionalizó dicha labor, sin que ello significara abandonar completamente su carrera como mecánico automotriz. “La mecánica no la he dejado al 100. Es mi apoyo de lunes a viernes, y en fines de semana me dedico a la diversión. Pero, si soy honesto, los dos los hago con gusto”, declara. A partir de entonces, Tuercas Locas se sumergiría en lo que define como “el arte de ser payaso”, que va desde el maquillaje, el vestuario, el espectáculo y hasta acrobacias. “Yo lo tomo como profesión. Voy a talleres y conferencias dentro y fuera de la ciudad. Me han ayudado porque el arte de ser payaso requiere preparación. Lo más difícil son las acrobacias y el malabarismo”, reconoce Alberto. Bajo las sonrisas Hasta ahora, Alberto no duda al reconocer los momentos más emotivos que le ha traído el mundo donde Tuercas Locas habita: la oportunidad de convivir con niños con cáncer, aprender de ellos, así como el compartir escenario con su hijo, Chispita. “Fuimos un Día del Niño al hospital y aprendí que ellos, los niños con cáncer, disfrutan la vida al máximo. A veces nosotros nos quejamos sobre cualquier cosa, pero ellos realmente gozaban la vida. Aprendí muchísimo”, relata. Pero, bajo las sonrisas, Alberto conocería también un mundo de envidias y recelo entre sus propios compañeros de oficio. “En el medio existe mucha envidia, discordia y egoísmo entre los mismos payasos. Así es este ambiente. Ven que vas creciendo y los demás quisieran verte abajo”, indica con pesar. Pero Tuercas Locas no deja que el maquillaje se corra ni que la sonrisa se amargue. Incluso, desde hace cinco meses inició un proyecto propio, bajo el nombre de Tuercas Locas and Company, con el cual espera seguir creciendo y, sobre todo, continuar dando alegría a todo aquél que así lo desee. |