“La máquina de muerte y desaparición no para”: hijo de Tómas Pérez , desaparecido hace 30 años
Guadalupe Pérez platicó con El Popular a 30 años de la desaparición de su padre a manos del gobierno.
Tomás Pérez Francisco, el mayor de siete hermanos, trabajó la milpa desde muy pequeño, vínculo natural y político que mantendría intacto hasta el día de su desaparición, el 1 de mayo de 1990. Aquella tarde, mientras andaba el camino entre las comunidades de Ignacio Zaragoza y Ameluca, en el municipio de Pantepec en la Sierra Norte de Puebla, fue interceptado por un grupo de hombres armados, quienes lo habrían llevado al rancho Las Palmas, lugar que era utilizado para reprimir y desaparecer a los habitantes de La Sabana, una comunidad que pese al respaldo de personas como Tomás, dejaría de existir. A 30 años de su detención y posterior desaparición, la organización H.I.J.O.S. México exigió la presentación con vida tanto de él como de todos los desaparecidos por razones políticas durante la segunda mitad del siglo pasado. También lee: Irrumpen en Hospital de Ecatepec; exigen información de enfermos“La máquina de muerte no para, y el trabajo de desaparecer tampoco”, explica para El Popular Guadalupe Pérez Rodríguez, hijo de Tomás, aquel indígena que hizo suyas las demandas de las comunidades de la Sierra Norte, quienes exigían les fueran reconocidas las tierras que habían pertenecido a sus antepasados. Entonces los pueblos totonacos resistían a caciques, terratenientes, ganaderos, comenta Guadalupe; ahora se enfrentan a trasnacionales, hidroeléctricas, mineras y en el caso específico de Pantepec, a la exploración y explotación de hidrocarburos mediante la técnica de fracking. “Como decía un compañero el año pasado cuando se produjo la intoxicación por la exploración del pozo por fracking en el ejido de El Tablón: ‘Nosotros queremos seguir siendo campesinos, si hubiéramos querido ser otra cosa nos hubiéramos ido a otro lado’”, dice, a propósito de la presión ininterrumpida de los intereses económicos y políticos sobre sus tierras. Lo único que ha cambiado, sugiere, es dilución de las responsabilidades, pues mientras que en el caso de su padre se pudo documentar la participación de autoridades locales, en otros más recientes resulta complicado sino imposible identificar a los actores involucrados. En los casos de desaparición forzada como en los que son cometidos por particulares, asegura Guadalupe, de lo que se trata es no dejar huella: “para que el crimen sea perfecto, para que entonces no haya ninguna responsabilidad.” Aunque la autoridad y su concepción de verdad y justicia suele separar estos crímenes, explica, ambos tipos de desaparición están conectados. No sólo porque se desarrollan en un contexto de impunidad generalizada y de descomposición progresiva del tejido social, sino por el beneficio económico y el control territorial —sobre la tierra y los cuerpos— que con ello se consigue. Tanto la “ilógica barbarie” que supone que una persona mate a otra por simple antipatía o reafirmación de poder, como la implementación de estrategias más sofisticadas de hostigamiento, división y desplazamientos de comunidades enteras por parte de las petroleras del note del estado, concluye Guadalupe, guardan un hilo conductor con el contexto de la desaparición de su padre, cuando una botella de licor bastaba para comprar voluntades y un presidente de alguna asociación ganadera tenía la capacidad de decidir sobre la vida de líderes campesinos y comunidades enteras.
“El arrasamiento de esas comunidades fue de tal manera que muchos fueron asesinados y en su caso, fue justo un día como hoy hace 30 años que mi padre desapareció, por eso nosotros insistimos en la necesidad de verdad, justicia, y en la urgente necesidad de nadie más tenga que pasar por esto.” |