Juan José López Ramírez jamás imaginó que aquel fatídico jueves 9 de octubre de 2025 sería su último día con vida en Pahuatlán, el municipio enclavado en la Sierra Norte de Puebla, donde vivía desde hace 8 años. Las lluvias torrenciales no sólo arrasaron viviendas y carreteras, también se llevaron los sueños y las ilusiones del joven de 23 años de edad y de lo que queda de su familia: su esposa Aleyda Ciénega, de 20 años, y su pequeño de 2 años. También puedes leer: Pahuatlán, al borde del colapso Como todos los días, Juan José salió en su pipa a vender gas estacionario junto con su tío. Cuando la lluvia comenzó, se encontraban trabajando en La Cumbre, una comunidad del municipio de Honey, a 30 minutos en coche de lo que hasta ese día era su casa en Almoloya, Pahuatlán.
Cerca de las 7:30 de la noche la lluvia se dejó caer con todo, la desesperación de que no hubiera luz ni señal telefónica, así como de regresar a casa para ver cómo estaban sus familias, les hizo tomar una decisión que le costaría la vida a Juan José. Junto con sus acompañantes, sus tres tíos y dos trabajadores más de la empresa de gas en la que laboran desde hace años, intentaron bajar a pie a Pahuatlán. El camino que, en condiciones normales se harían hora y media, se volvió toda una pesadilla.
A 20 días de lo ocurrido cuenta su historia Lorenzo López, el tío de Juan José, quien iba con él el día que la tormenta se lo llevó. De la noche a la mañana, Aleyda se queda viuda y, su hijo, huérfanoA su lado está Aleyda Ciénega, la esposa de Juan José desde hace cinco años, quien aún no procesa que de la noche a la mañana se haya quedado viuda y, con ella, su hijo, huérfano. Sumamente delgada y de mirada triste, a Aleyda le cuesta mantener las piernas quietas durante los 40 minutos que su tío político cuenta la historia. De manera automática, como un relato que ya se sabe de memoria de tanto que la ha repetido, Lorenzo procede a contar los hechos que vivió en carne propia. Envalentonados, platicando y “echando desmadre”, los nueve hombres continuaron el camino. Después de 2 horas de andar a pie, llegaron al punto más crítico de la carretera Honey – Pahuatlán, a la altura del basurero municipal, justo donde está una curva “bien cerrada”, a la altura de un arroyo.
Cuenta Lorenzo mientras al fondo se escucha la lluvia que no cesa. Cuando se disponían a cruzar el arroyo que ya no pasaba por debajo el alcantarillado sino por encima de la carretera, escucharon el “ruidazo del agua” y, a la vez, el grito ensordecedor de uno de los nueve hombres que conformaban la comitiva: “¡Aguas, corran!”.
Carraspea la garganta como para tomar aire sin que nadie se dé cuenta. Su voz se mantiene plana, nunca levanta la voz, jamás se le entrecorta, su mirada sólo se mantiene fija en el suelo mientras continúa con el relato.
De inmediato, todos corrieron a buscarlo; sin éxito, decidieron dormitar en ese tramo de la carretera con la esperanza de que al amanecer lo encontraran con vida.
Así terminó la odisea de aquel día donde nueve hombres caminaron durante dos horas entre la lluvia, los deslaves y árboles caídos con la firme intención de vencer la furia de la naturaleza para reunirse con sus familias. Lugar donde se presume que Juan José fue arrastrado por un alud de agua y lodo Encuentran el brazo de Juan José en el pueblo de abajoTodos lograron su cometido, menos Juan José, de quien horas después, a las 10:30 de la mañana del viernes tuvieron noticias: uno de sus brazos había sido encontrado en el pueblo de abajo. “Nos reportan de ahí abajo del pueblito que habían encontrado el brazo, luego luego la gente del poblado empezó a escombrar su calle y ahí es donde estaba el brazo en el lodo, andaban limpiando y la gente de ahí cuenta que los perros fueron los que le quitaron el brazo”. Desde entonces no han parado de buscarlo. Ni la policía municipal, ni el Estado, ni la Guardia Nacional, ni los militares ni la propia familia han podido dar con su paradero. Veintidós días han pasado y lo único que tienen de Juan José es su brazo y un pedazo de su uniforme de trabajo que, gracias a un sueño, encontraron hace unos días. La esposa de Juan José, su madre y sus tíos tuvieron que conformarse con velar el brazo que, actualmente, yace bajo la misma tierra que lo sepultó en el panteón de Pahuatlán, ya que ni las autoridades ni el hospital municipal quisieron resguardarlo por más días. “Le dimos sepultura, mientras seguíamos con la búsqueda… Llevamos prácticamente desde que tuvo el accidente, la búsqueda ha seguido”, cuenta Aleyda con una voz suave que se niega a gritar su dolor. Foto 3: En la casa del tío de Juan José, Aleyda espera noticias sobre el paradero de su esposo. Los sueños mantienen la esperanza vivaVisiblemente cansados de buscar sin parar desde hace tres semanas, Aleyda y su familia política no saben aún hasta cuando seguir la búsqueda. Les apena decir abiertamente que les gustaría terminar con la pesadilla y seguir adelante con sus vidas, sobre todo porque van surgiendo posibles señales que no les permiten sepultar también la esperanza. “Estamos optando por parar esto, na más que día con día no sé qué pasa que con solo antier… mi señora se encontró a una muchacha que (le dijo) que soñó a Juan… igual ella (Aleyda) ya lo soñó”, sale al quite Lorenzo a terminar la respuesta como para ayudar a aminorar el dolor de ella.
Interrumpe Aleyda a Lorenzo como con ganas de no guardarse nada. Las risas se van, Aleyda y Juan José se encuentran en una casa que no les es familiar, de repente surgen árboles, tierra y lodo. Juan José está ahí sentado, triste, no habla. Aleyda le pregunta qué tiene, qué le pasa, pero él no responde; las lágrimas se le salen, como si le diera pena hablar. Su esposa trata de entender la situación, pero sólo ve arboles caídos, troncos y puro lodo. Lo único que logra reconocer es una casa de dos pisos color beige. Al despertar Aleyda, se fueron directo a la casa que aparecía en su sueño. Ella sintió las vibras y un dolor estomacal que confundió con hambre. Ahí, a lado de la casa beige, a rapel bajó por el arroyo que pasaba junto, se asomó a un tipo cueva y en un tronco, entre el escombro, encontró la prenda con la que ese día Juan José salió a trabajar. “Fue su instinto”, dice Lorenzo.
Piden ayuda del gobierno para darle pensión al hijo que dejó Juan JoséPor el momento, Aleyda no tiene vida, su tiempo y lo que le queda de energía están volcados en encontrar a su marido. Confundida y todavía en shock, no sabe qué hacer, pues ella y su hijo dependían en gran parte del dinero que Juan José les daba. Lorenzo López pide ayuda al gobierno, una pensión para que su sobrino pueda salir adelante. Ellos, su familia política, ayudarán a Aleyda y a su hijo en lo que puedan, pero no hay dinero que alcance cuando se vive con carencias y tienen que atender a sus propias familias.
No te pierdas: Huauchinango: Naturaleza Implacable Nadie está preparado para afrontar una tragedia como las que se está viviendo en Pahuatlán y en otros municipios de la Sierra Norte que fueron azotados por las lluvias: 23 personas muertas, tres desaparecidas y cientos de damnificados que se quedaron sin techo. En el silencio de la montaña aún mojada, el eco de la ausencia de Juan José resuena con fuerza. Mientras las autoridades se esfuerzan por reconstruir a Pahuatlán, Aleyda y su familia enfrentan el desafío más grande: encontrar la paz en medio de la incertidumbre. Aunque la búsqueda continúa, el tiempo sigue su curso inexorable y la esperanza se entrelaza con el dolor. En este pueblo suspendido entre la niebla y la nostalgia, solo queda esperar que la tierra seque, que las carreteras sean reconstruidas y que, de alguna u otra forma, llegue el consuelo que tanto anhelan. |