Las lavadoras y la inequidad de género

La lavadora ha generado un impacto en productividad económica. Es porque la inclusión de la mujer en el entorno profesional duplicó la fuerza de trabajo.

La lavadora sigue siendo una tecnología a la que no todos tienen alcance. Según datos del médico y autor Hans Rosling, solo dos mil millones de los 7 mil millones de habitantes sobre la Tierra tienen alcance a una lavadora.

Uno de los primeros inventores de las lavadoras domésticas, William Blackstone, la creó como regalo de cumpleaños para su esposa en 1874, y es muestra de que esta labor —necesaria para cualquiera que use ropa—, siempre ha estado señalada al género femenino. Si bien podría representar opresión, paradójicamente este electrodoméstico es uno de los inventos que más ha aportado al desarrollo profesional del género femenino.

Para algunas teóricas del feminismo como la irlandesa Mamo McDonald, la lavadora “es el invento que ha tenido el mayor impacto (en la vida de las mujeres)”; ya que dicha máquina les facilitó la tarea de lavado y redujo el tiempo que dedicaban a ello. De esa manera fue más fácil entrar al campo laboral, dedicarle más tiempo a una carrera universitaria, o incluso aprender un nuevo idioma.

Si bien esta invención ha catalizado muchos cambios en el tema de género; podemos observar que cierta desigualdad persiste tanto en el campo laboral, como en la repartición de tareas domésticas.

Según datos de 2018 del INEGI, 71% de las viviendas en México contaban con una lavadora funcional. Esto representa una mayoría significativa pero actualmente, a lo largo de todo el país, existen todavía lavaderos comunitarios donde a diario se reúnen grupos (aún en su mayoría mujeres) para lavar propio y ajeno.

Sin embargo, a través del desarrollo de la Pandemia por Covid-19, las mujeres están sufriendo un incremento del tiempo que dedican a tareas domésticas no remuneradas, al mismo tiempo que tienen menos horas al día para dedicar a actividades remuneradas, personales o educativas.

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En promedio, un hombre dedicó a diario 9 horas y 2 minutos a actividades de trabajo remunerado, y 3 horas y 10 minutos a aquellas de trabajo no remunerado. Por su parte, una mujer, en promedio, destinó 7 horas y 39 minutos diarios a actividades de trabajo remunerado, y 7 horas y 55 minutos a labores de trabajo no remunerado.

Eso se traduce, en otras palabras, que las mujeres tienen casi doble jornada para las que tienen algún empleo.

Dura realidad, especialmente para las 24.4 millones de mujeres en el país, y en aumento, que viven en condiciones de pobreza.

Si se tienen bien señaladas las diferencias de género por sobre el trabajo remunerado, entonces no sería tan descabellado que el concepto del "salario rosa", un incentivo económico a mujeres en rezago económico que efectúan labores domésticas sin recibir pago por ello, sea un modelo a seguir en las políticas de desarrollo social en todo México. 

Por lo mientras, el hecho de que el lavado a mano persiste en más de la mitad de los hogares en el mundo, y que culturalmente se asigne a las mujeres la labor de lavado de ropa, sigue siendo un gran síntoma de desigualdad social y económicamente. 

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