“Ya se hizo justicia, justicia divina”

A cinco años del operativo en donde murió José Luis Tehuatlie, su familia repara viejas heridas del morenovallismo

"Ya se hizo justicia, justicia divina", así percibe Elia Tamayo el caso de su hijo José Luis Tehuatlie, a cinco años de distancia.

Admite que es una mujer de fe y, como creyente, considera que aun cuando la ley no le otorgó tranquilidad a su alma, sí ocurrió por "gracia de Dios".

"Yo tanto le pedí a Dios su justicia divina, pues ahorita ellos (Rafael Moreno Valle y Martha Erika Alonso) ya están ahí dando cuentas," dice.

"Aquí nosotros hacemos lo que queremos, pero ahí (con Dios) llegaremos a entregar cuentas de cómo nos portamos; y primero le tocó a mi niño y ahora a ellos les tocó, así es," menciona Tamayo, que luce serena.

Sin referirse a los detalles sobre la caída del helicóptero en el que perdieron la vida la gobernadora y el senador, expresa que nada escapa a la decisión del creador, desde la perspectiva de su religiosidad.

¿Eso es suficiente para calmar el alma? –Se le pregunta a Elia Tamayo.

-Pues qué nos queda, estar resignados y sólo Dios sabe.

Desde su fe, ¿siente que en dónde estén los dos exgobernadores ya están rindiendo cuentas?

-Así es, porque todos aquí pensamos que no somos de nadie pero sí, tenemos la persona más indicada que nos está esperando, y todos lo que hacemos aquí llegaremos con él a entregar cuentas de cómo hicimos nuestra vida, si hicimos bien o no.

La madre de José Luis cree que también debían recibir castigo de ley otros involucrados en los hechos, para que no quede impune el homicidio.

Expresa que es necesario por el bien del país que se den las sanciones porque todos los días hay mares de sangre por hechos de violencia.

Enfatiza que lo peor es que como ella, a cada momento se entera de más madres que sufren por las muertes de sus hijos sin que se haga justicia.

"Salimos y no sabemos si vamos a regresar o no; yo cada que me voy me persigno y digo, 'Diosito estoy en tus manos, ya sabes si regreso o no'; ya cuando llegué le doy las gracias porque llegué," menciona.

 

 

A ganarse la vida

 

A la fecha, junto con sus hijas, Elia se dedica a elaborar tendederos de hilo que vende a una maquiladora, como una de las dos formas de sostener su hogar.

La otra, cuenta, es el campo, todos los días va a su terreno para realizar labores que le permitan contar con una cosecha dedicada al autoconsumo y, en menor medida, para la comercialización.

El tendedero es lo primero que aparece al ingresar a su propiedad, en la que hay árboles frutales y plantas de diferentes especies, muchas de ellas, recuerda, plantadas en su momento por José Luis.

Al fondo, la casa en la que vive con sus cuatro hijas. Una construcción de tabique que conforma un solo cuarto donde hay dos mesa, un sillón, así como tres camas, dos de ellas separadas por un ropero.

En una de las mesas se ve un altar; hay imágenes de santos y una fotografía de José Luis Tehuatlie, al que siempre encienden una veladora.

Elia Tamayo expresa que no tiene más que eso. Que encabeza una familia sencilla, desinteresada y unida.

 

 

Sobrellevan la pérdida con la unión familiar

 

La familia Tehuatlie Tamayo sobrelleva la pérdida de José Luis con unidad familiar y amor.

Así lo creen las hijas de Elia Tamayo: Mariana, Adriana, Reina y Lorena, entre quienes se respaldan, abrazan, escuchan, comparten problemas, todo para continuar sus vidas con paz, aunque sin olvidar a su hijo y hermano.

Mariana, de 20 años, estudia Contaduría Pública en la BUAP; se encuentra satisfecha con su vocación y espera todos los días lo mejor.

Afirma que no tiene novio porque prefiere dedicarse a sus estudios y espera que más tarde venga esa posibilidad.

Las cuatro ríen, se apenan frente a la cámara, pero igual participan y muestra su integración.

 

Admiten que de vez en cuando hay diferencias, aquellas comunes entre hermanas por el uso de la ropa de la otra.

Sin embargo, dicen, son muchos más los momentos de alegría que pasan. Y aunque todos los días traen a la mente anécdotas con José Luis, cada vez sufren menos y los piensan con alegría porque todos esos eran episodios felices.

"Ayudamos en todo a mi mamá. Trabajamos aquí en casa haciendo los hilos o también en el campo; en esta temporada a quitar la maleza y a sembrar, los fines de semana también trabajando," menciona la hija mayor.

Adriana, de 15 años, se ríe con nerviosismo frente a su mamá cuando sale a la conversación si ya hay un novio en sus vidas, pero asegura que también se preocupa por terminar sus estudios, en su caso, de bachillerato.

La más chica es inquieta. Se esconde detrás del ropero, pero apenas siente confianza y sale, brinca por todos lados; no habla pero está atenta a todos los cometarios de sus hermanos.

Sale de la habitación y sube a la azotea. Baja, sube otra vez, regresa y no puede quedarse en un solo lugar.

Reina todo lo contrario. Observa, no opina y ocasionalmente sonríe con lo que mencionan Mariana y Adriana.

 

Abuela rememora intimidación y presiones

 

Alejandra Montes, abuela de José Luis Tehuatlie, aún guarda en su mente las horas de intimidación del morenovallismo.

Con emoción recuerda los buenos momentos con su nieto y, por momentos, se enrojecen sus ojos, aunque cree que lo que no podrá superar es el mal trato y la presión que ejercieron un grupo de funcionarios para convencerlas de servir a los intereses del gobierno estatal.

Alejandra cuenta que transcurridos pocos días después de que hirieron de gravedad a José Luis, se acercaron a ella y a su hija, Elia Tamayo, tres empleados de la Secretaría General de Gobierno para pedirles "un favor".

Los enviados por el entonces titular, Luis Maldonado Venegas, explica, les plantearon dos peticiones: identificar a pobladores como responsables de la violencia en Chalchihuapan; y en segundo lugar, deslindar a la administración de la lesión que tenía al menor al borde de la muerte.

La abuela dice que las trajeron de un salón a otro, les impedían mantener contacto con familiares o amigos durante más de 10 horas.

"Sí (fue un momento difícil)", contesta, sin más rodeos.

El episodio se supo en aquel momento por la denuncia de personajes cercanos a la familia cuando se percataron de que pasaba el tiempo y no aparecían.

No obstante, cinco años después, Alejandra Montes trae a su mente el peregrinar entre pasillos y oficinas en el Hospital General del Sur, en la que, dice, las mantuvieron sin comunicación, con dotaciones de frutas y galletas.

"Nos anduvieron paseando, nos hacían preguntas; nos daban fruta y galletas, pero les decía para qué me lo dan si no tengo hambre, lo que quiero ver es como esta mi nieto," relata.

"Me decían que lo estaban cuidando, pero cuando llegué, lo tenían ahí desatendido; ni siquiera un trapo le habían puesto, todavía estaba en vida," agrega.

Menciona que esa experiencia, ante el dolor por el estado de salud del nieto y la intimidación del gobierno, es la más difícil que experimentó en toda su vida.

Expresa que intentaron aprovecharse de que las aislaron, pero ni así se doblegaron.

 

 

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