BREGANDO

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Redacción


Enero 15, 2013
Jaime Oaxaca

Que la autoridad ejerza la autoridad

Qué tarde más chunga se vivió el pasado domingo en la corrida número 13 de la plaza México, la cual sigue siendo vituperada por la empresa ante el escaso mando de las autoridades de plaza. La monumental plaza de toros México parece la capital del cachondeo. Puede captarse que quien ejerce la autoridad es la empresa. Se percibe que los jueces de plaza, autoridades nombradas por la delegación Benito Juárez del Distrito Federal, tratan de aplicar el reglamento pero por temor, complicidad, comodidad, no lo hacen. Para colmo, algunas autoridades de plaza han recibido agresiones físicas y verbales del empresario Rafael Herrerías. El delegado de la Benito Juárez, de la actual y de anteriores administraciones, parece hacerse de la vista gorda para no meterse en problemas. Además, no debe olvidarse que, el empresario tiene la bendición de un ex gobernador, eso equivale a ser intocable. De tal forma que la empresa ha logrado lo que tanto ha pregonado: la auto regulación, convirtiendo a los jueces de plaza en sus operadores. Sin embargo, la dichosa auto regulación es lo que está llevando al caos la fiesta brava y al desprestigio taurino de la plaza más grande del mundo. Pruebas palpables son la reseña de reses ausentes de trapío, jugadas en lidia ordinaria en varias tardes de esta temporada. Los toros de reservas para los regalos; los obsequios se han convertido en un vicio que, lejos de dar categoría, desprestigian al coso capitalino. La sobre premiación a toreos y toros es otro problema. En la mencionada corrida 13, como siempre, las cosas marchaban de la mano de la empresa, aunque Jorge Ramos fungía como juez. Se premió con una oreja benévola a Joselito Adame, auricular muy protestado. Después salió al ruedo un toro sin trapío, se trataba del primer obsequio de la tarde, al juez, prácticamente, lo obligaron a reseñarlo. Luego de la lidia, en forma excesiva se le entregaron dos orejas al rejoneador español, quien se comportó como un patán, metiéndose al callejón sin saludar en su segundo y después exigiendo las orejas al juez en el de regalo. Salió al ruedo el octavo de la corrida, un burel sin mucho trapío, un manso peligroso propiedad de la empresa, el cornúpeta era correteado y la gente pedía la devolución. Imposible por ser toro de regalo. “Dorado”, toro de Jorge María marcado con el número 913, seguía huyendo tratando de hacer daño. El ruedo estaba lleno de cojines, la ira del público crecía, gritaban: ¡fuera, fuera! El Cejas, matador en turno, manoteaba parecía que hacía señas para que cambiaran al morito, en el palco de la empresa manoteaban. Nadie sabía qué hacer. Sinceramente creo que el juez esperaba instrucciones de la empresa. Nunca llegaron. Entonces las autoridades se comportaron como tal, agarraron al toro por los cuernos. Por el sonido local avisaron al imposibilidad de cambiar al toro, como “Dorado” no se había dejado picar por su mansedumbre, el juez ordenó que se le pusieran banderillas negras, un deshonor para la ganadería. Francamente no sé de alguna vez se hubieran colocado en la plaza México. La gente se fue calmando, El Cejas se la jugó ante el toro y la corrida tuvo, por decirlo de alguna manera, un final feliz. Es fácil la solución para abatir el cachondeo en La México: que la autoridad ejerza la autoridad.
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