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Jaime Oaxaca

 

A un paso del toreo de salón

La temporada recién terminada en la plaza México ha tenido triunfos, eso es innegable. Aunque no puede ignorarse lo descastado de algunas ganaderías que se lidiaron en el serial. Tampoco puede olvidarse el poco trapío de los encierros, la mayoría indignos de una plaza de la jerarquía de La México. Se ponderan las faenas pero se omite el tipo de ganado con las que se hicieron, reses descastadas que abundaron en la temporada. Algunos de los quemaincienso gritan los triunfos apoteósicos, hacen recuento de las orejas que se cortaron, abundante en premios es el finiquito y las salidas a hombros. Por supuesto se excluye la benevolencia de las autoridades de plaza. Les digo autoridades por llamarlas de alguna forma. Los tres jueces que ocuparon el palco de la plaza más grande del mundo han tenido una de las peores actuaciones en la historia de los 67 años de La México. Tanto a la hora de aceptar encierros como para premiar toros y toreros fueron manga ancha. Par de veces sucedió el mismo detalle con los rejoneadores extranjeros Leonardo Hernández y Pablo Hermoso de Mendoza. El juez le concedió una oreja por su actuación, a los dos les pareció insuficiente, insaciables los españoles necesitaban más trofeos, se encararon con la supuesta autoridad, exigieron otra oreja y se las concedieron. Esa de forma de retar a la autoridad merece una llamada de atención y hasta cárcel. Los jueces, ambas veces, doblaron las manos y sumisamente demostraron quién manda en el ruedo. La ausencia de autoridad en el palco fue notoria. Las decisiones, es evidente que, no las toma el juez en turno. Ignoro si por miedo al empresario o en contubernio con él, pero el mando lo tiene el empresario Rafael Herrerías, contando con la complicidad de Jorge Romero Herrera, responsable de la delegación Benito Juárez. Un ejemplo clarísimo de lo que digo sucedió el día que se indultó el toro de la dehesa de Jorge María, propiedad del empresario. Casualmente se vio en la televisión una seña de Rafael Herrerías interpretada como una orden al juez para perdonarle la vida a ese toro. Los aduladores de El Juli se han desvivido presumiendo el arrimón del madrileño con unos bueyes de Fernando de la Mora. Se desgañitan diciendo lo cerca que el torero se puso, que olía a cloroformo y muchas cosas más. Sin embargo se les ha olvidado mencionar que, cuando Juliancito estaba tan cerca, el torete le tiró un hocicazo en lugar de pegarle con los cuernos. Atacar con el hocico sólo lo hace una res sin bravura. El inofensivo buey no sabía para qué tenía los cuernos. Un ejemplo más de falta de casta se dio cuando entorilaban la corrida de Vista Hermosa, les costó mucho trabajo menear al encierro. Uno de los torileros tuvo que pegarle con un palo en los cuartos traseros a uno de los toros, tal como hacen con los cabestros, en el colmo de lo descastado, el toro ni se inmutó. Otra tarde, Talavante se puso muy cerca de un toro descastado, hasta se tiró la puntada de decir que el torete gateaba. La bravura se está diluyendo ante la complacencia de la mayoría de los ganaderos, de los toreros, de la prensa solapadora y del público. La bravura, esencia lógica de la fiesta brava, sigue desapareciendo; todo en busca de toros que se dejen pisar los terrenos, toros que permitan que los diestros les peguen con los muslos en los cuernos. Queda un poco de bravura, ya los ganaderos se encargarán de quitarla. Estamos a un paso del toreo de salón.

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