DESDE EL PORTAL

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Redacción


Enero 13, 2015

ÁNGEL SORIANO

Iguala y Apatzingán

En Iguala y Apatzingán, poblados emblemáticos en la historia de nuestro país, las fuerzas federales –policías y soldados- están siendo cuestionados duramente por los pobladores a consecuencias de enfrentamientos cruzados con la delincuencia organizada, supuestos autodefensas o delincuentes del orden común y en cuyos hechos las autoridades responsables le dan más importancia al número de muertos –“fueron cinco, fueron seis, siete-, que al deterioro del prestigio de nuestras instituciones.

No es que el número no sea importante; un ciudadano víctima de la violencia es motivo de preocupación en la sociedad; el respeto a la vida es fundamental, lo que no debe ocurrir es precisamente eso: evitar ya más derramamientos de sangre y buscar una salida civilizada a los graves problemas sociales del país, sin que tengan que inetervenir las fuerzas armadas, pues para ello están las instituciones creadas por el Estado mexicano para la atención a los múltiples problemas.

Sin embargo, resulta todo lo contrario: las autoridades tienen como actividad prioritaria minimizar el número de muertos y aumentar la presencia policiaca-militar en las zonas de conflicto, lejos de emprender acciones gubernamentales tendiente a estimular la economía con la generación de empleos e ingresos para las comunidades; dar acceso a la cultura y a la recreación; a la explotación racional de los recursos naturales, y en abrir oportunidades de acceso a las aulas de educación media y superior a los jóvenes.

Así, en Apatzingán el comisionado federal para atender a Michoacán, resta importancia al enfrentamiento con saldo de una docena de muertos y dice que sólo fueron siete, dos por federales, como si el número dejara satisfecha a la opinión pública y con ello todos felices “porque nada más fueron siete” sin considerar que ese tipo de acciones deben ser superadas pues no se puede acabar a balazos el profundo rezago social en esa entidad.

En Iguala, también se informa que cuando los padres de los normalistas irrumpieron en forma violenta en las instalaciones militares, “sólo hubo cuatro heridos”, cuando que el simple acoso ciudadano al ejército en cualquiera de sus zonas o jerarquías, es ya de por sí un hecho grave pues se trata nada menos que en el lugar sagrado donde se venera nuestra Enseña Patria, y si la Bandera y el ejército son motivo de una riña callejera, nuestros valores patrios han caído por los suelos.

No se sabe qué tipo de enseñanza cívica aportarán los madres a las nuevas generaciones de mexicanos, si junto con sus alumnos se dedican a destruir los valores nacionales, a suplir acciones de autoridad al cobrar peaje en las carreteras, a saquear camiones repartidores de mercancías, a impedir el libre tránsito de vehículos y personas, y a obstruir todo tipo de actividades productivas.

A esto se agrave la irrupción en el cuartel militar y a enfrentarse con la tropa, cuando que es el Ejército el guardián de nuestra soberanía y la Enseña Patria, lo cual demuestra que hemos caído en un lamentable deterioro de la autoridad y declive de las instituciones nacionales que nos lleva a un camino sin salida, porque más golpeados y detenidos; más tiroteados a corta o larga distancia, no es la solución a la descomposición del tejido social nacional.

 Si la violencia ha movilizado a millones en Europa, en México se deben movilizar las conciencias para detener la barbarie de uno y otro lado, para encontrar la salida por la vía civilizada que se ha dado la humanidad y que es la vigencia del derecho, del respeto a los derechos humanos y a nuestras instituciones.

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