LLUVIA RACHEADA

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Redacción


Abril 06, 2015
Conversación en el chaflán (miércoles santo, tinajas, símbolos, periódicos que no nos van a salvar la vida) Y acaso no debieran hacerlo. (Me refiero a los periódicos. Las conversaciones, como los sueños, como las palabras en general, forman parte de un texto roto en mil pedazos y rehaciéndose, como tal vez algunas ondas electromagnéticas). Los perros se ignoran. Aunque tal vez conversen como hacen algunas plantas. Mediante un idioma hecho de esporas, sustancias químicas, mensajes que no somos capaces de captar, y menos ahora que estamos embotados con tantas mentiras. Lo mejor del miércoles santo es su nombre. La terminología tiene algo de chaleco salvavidas. Incluso de salvavidas a secas. Como los términos de la tauromaquia, que yo aprendí mientras cerraba (quiero decir que trabajaba en la sección de cierre de un periódico) junto a Joaquín Vidal en una época de mi vida que a veces parece no haber existido nunca. Así es la memoria. Un espejismo. Lo mejor del miércoles santo en una ciudad como Madrid es que da la sensación de que el tiempo se ha interrumpido, y con él los comunicados oficiales, las conferencias de prensa que son ratificaciones de la nada, y los periódicos, notarios de toda esa vaciedad, dando un paso más hacia la irrelevancia, hacia el abismo. ¿Nos echarán de menos? Se va quedando vacía la redacción como el muelle de una ciudad evacuada. Antes de que la noche se venza, vuelvo a mi pequeña muralla china de libros para cuando se apague del todo la luz, o ya no tenga sitio aquí. Es un azar como otro cualquiera. Libros que todavía no me he llevado a casa, donde ya no caben más. Pero mi codicia no conoce límites. «REAL La certeza de lo real es como una base necesaria, una simple plataforma, tal como sugiere el adagio de Wallace Stevens: The real isonlythe base. Butitisthe base (Stevens, Simple, 242)* En el fondo, lo real no es más que un imperativo del cuerpo. Mi cuerpo requiere que algo sea real porque él mismo lo es. Recuerdo ahora la mano de Moore y mi cuerpo y el tuyo, que era real y sin embargo ya no existe. Lo que una vez hubo, ya no está. Por eso mi alma dice que no, que no hay nada que sea real». Nubarrones. Breviario intermitente, por Enrique Lynch. Editorial Comba El domingo por la mañana, temprano, asistimos a una cremación en el cementerio madrileño de la Almudena. Éramos pocos. El cura, negro, no ofició, como suelen en estos casos, como un robot. Se tomó su tiempo. Breve, pero se tomó su tiempo. Pronunció las palabras como si tuvieran sentido. Como si de verdad creyera lo que estaba diciendo. Como si de verdad creyera en el más allá. [Recuerdo ahora cuando le sugerí a un antiguo director de ABC que iba a entrevistar al cardenal Rouco Varela, que en aquel tiempo tenía una relación no demasiado fluida con el diario (dejémoslo así) por qué no le preguntaba, al final de todo, si creía en Dios. No lo hizo]. Y no solo eso. Sino que hasta invocó al silencio para que los presentes dedicaran unos instantes a pensar en la mujer que había dejado de respirar el día anterior, en lamentarlo, en desearle buen viaje, en pensar en la nada hecha pedazos. Cuando terminó, tras rociar con agua bendita el ataúd, se cerraron las cortinillas. «¡Se acabó la función!», parecía decir. Salimos a la mañana replandeciente (iba a escribir fúlgida, pero hay un lector que siempre me lo afea) de primavera. Entonces, la hermana de la difunta, se rompió: —¡Ya no está! Los gritos eran tan desgarradores que el sacerdote salió a ver qué ocurría. Observó a la mujer con compasión y volvió a entrar en la capilla. —¡Ya no está! ¡Ya no puedo abrazarla! «cualquier habitante de mi ciudad reconocerá en el arcángel la belleza de la muerte en los pies del bailarín de tango» Los poetas visitan a Andrea del Sarro, por Juana Bignozzi. Editorial Adriana Hidalgo ¿La belleza de la muerte? Seguía siendo temprano cuando todo terminó. Era la mañana de la madrugada en que habíamos adelantado los relojes. Decidimos volver despacio, caminando entre las tumbas. No nos cruzamos con nadie. Ni un alma. Pasamos ante tumbas del siglo XIX, sin rastro, o con cifras desdibujadas, tumbas profanadas, ángeles custodios, cruces rotas, hiedra, líquenes, láminas de barro como libros hincados en la tierra, senderos, un bosque de tumbas, de cruces, de silencio. Una hermosa mañana de marzo. No sé si es una paradoja española que los trenes expresos sean los más lentos. Es miércoles santo. La noche ya está aquí, con sus tinajas en los costados del burro manso de la noche. Para que los periódicos nos vuelvan a salvar la vida han de cambiar mucho. Depende también de nosotros. Es una cuestión de fe. Pero no solo Ah, la fotografía, que difundí por Instagram y Twitter, la tomé ayer por la mañana, creo que ante la tapia del colegio del Pilar. Le puse, como siempre, un título: Conversación en el chaflán. Era martes. Ahora es ya otra noche, de otro día. Y vienen las sombras con sus sonajeros mudos. Acabo de leer que ha muerto, en Japón, la mujer más longeva del mundo: 117 años. Los periódicos (es decir, las webs, un ectoplasma), siempre exagerando. Como si conociéramos la edad de todos los seres que pueblan la Tierra, de todos los árboles, de todos los hombres y mujeres, de todas las tortugas. Buenas noches. *Lo real es solamente la base. Pero es la base.
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