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Nicanor Parra le da la vuelta al jergón de los periódicos

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Alfonso ARMADA He estado una temporada quieto. Iba a decir en el infierno, pero sería abusar (de Rimbaud, de la realidad). Vuelvo a este pupitre como si fuera una pizarra y como si no me hubiera ido. Y en realidad no lo he hecho. A fin de cuentas he estado conversando. Ha sido, también, un verano de largas conversaciones. Me fui a mis asuntos, al mar de Vigo y al mar de pinares, al cementerio de San Miguel de Bouzas y al de Vallelado, que es el que asoma aquí, en esta ventana que el ordenador abre: una casa de ventanas, desde que Windows, el sistema operativo, se convirtiera en parte de la familia y multiplicara las sensaciones sobre la realidad circundante. Eso es, las sensaciones. ¿También la realidad? A veces. Nicanor Parra tiene 100 años y este 2015 cumplirá el próximo mes de septiembre 101 años y asoma por debajo de la puerta no la zarpa del zorro vestida de harina sino el libro llamado Temporal que habla de la lluvia, del mundo, de la política, del tiempo que vivimos, en Chile, claro, y aquí, claro. Escribió mi amiga Inés Martín Rodrigo en ABC: “El 13 de julio de 1987 la lluvia comenzó a caer en Chile. Fueron tres días en los que el cielo descargó toda su furia contra campos, carreteras y aldeas, hasta que se desbordó el río Mapocho y la hambruna comenzó a anegar la población, maniatada ya por la dictadura de Pinochet. Al poco tiempo, Nicanor Parra (San Fabián, 1914) sintió la necesidad de escribir sobre la tragedia”. Y yo me pregunto ¿para qué carajo sirven los periódicos? Si siguieran sirviendo para lo que tiene que servir hoy estaría Nicanor Parra en la portada y no Mario Draghi, porque la forma en que Nicanor Parra le da la vuelta a las palabras, les retuerce el pescuezo para que los pollos sean algo más que pollos y digan más que los gallos, hace que a la tinta le suba la fiebre, y es mucho más útil para el espíritu y las amígdalas cerebrales que todos los tipos de interés como Mario Draghi y compañía. Yo creo, y seguro que me equivoco como un pollo sin cabeza que corre por el patio de la realidad picoteando estrellas de mar resecas y maíz amargo, que si le diéramos la vuelta al jergón de los periódicos con la antipoesía de Nicanor Parra veríamos mucho mejor este mundo que se nos ha caído encima como una tromba seca sin el menor sentido. ¿Por eso no nos leen, o nos leen cada vez menos, porque nos hemos vuelto espantosamente irrelevantes? Miren sino lo que se lee en el poema Ofrezco la palabra, de ese Temporal que cayó sobre Chile, es decir, sobre nosotros: ¿Por qué los puentes viejos / Duran más que los nuevos? / ¿Por qué los barrios bajos / Sufren más que los altos? Ofrezco la palabra ¿Por qué los pobres diablos / No reciben un peso? / Todo desaparece en el camino Los coroneles tienen la palabra ¿Por qué razón oscura / Que la mente no capta / Siguen robándole metros al río? / ¿Para instalar escuelas y hospitales? De los cementerios a la calle del Comercio, una tarde en que fui a despedir a C a la estación de autobuses y decidí volver a casa, y acabé enhebrando la aguja de este túnel, que había atravesado como una exhalación a bordo de taxis diurnos y nocturnos. Calle del Comercio, ¿a qué oscura luz lleva tu túnel artificial donde la ciudad pierde su nombre? Del mismo modo que para conocer una ciudad hay que caminarla, para conocer al otro hay que escuchar, aprender a escuchar, pararse, como insistieron con tanta dulzura como exactitud Olvido García Valdés (“Están muy solos también los animales”) y Pablo d’Ors (“La atención es la virtud por excelencia”). Entre SimoneWeil y Antonio Machado transcurrieron buena parte de esas conversaciones de este extraño verano que no acaba de irse. Porque hasta el 21 lo seguirá siendo para el calendario. Aunque algunos añoremos la lluvia, el frío, y le exijamos a septiembre lo que no puede concedernos. Me asomo a la calle del Comercio y vuelvo a ofrecerle, como regalo de cumpleaños, a Nicanor Parra, la lectura de los últimos versos de su poema Ofrezco la palabra, de su libro inédito Temporal, en voz alta, mientras la luz se va comiendo (en la redacción de mi periódico y alrededores), que luego se comerá en Chile, la espuma del Pacífico, dentellada a dentellada, de espuma y órdagos, entre ortigas que masticar con aliño de tinta china. Porque el chileno Nicanor Parra cumplicrá 101 años aquí, en este mundo hirsuto de tantas confusiones. (Confieso que no había leído a Nicanor Parra cuando escribí Los temporales, y lo lamento. Hubiera aprendido algo: acerca de la poesía y la antipoesía, también algo acerca de él y acerca de mí mismo). Lean a Nicanor. Pero no como un consuelo, sino como un suave puñetazo, que no nos noquea, pero que nos da qué pensar: ¡Hablen! estamos en un país democrático / ¿Quién autoriza? / ¿Quién hace la vista gorda? / Nadie ¿verdad? En último término: / ¿Quién paga los vidrios rotos? / ¿El Club La Unión?/ ¿El Parque del Recuerdo? Ofrezco la palabra Los comunistas tienen la palabra / Los extremistas tienen la palabra / Sursumcorda / Los degollados tienen la palabra

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