Instrucciones para ir al museo

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Elsa DIEZ


Julio 01, 2016

El primer paso para ir al museo consiste en revisar la cartelera de cine. Cuando haya confirmado que no hay ninguna película de su agrado, considere la posibilidad de ir al museo. Una vez que se haya decidido por una exposición, espere a que sea domingo. El museo estará abarrotado pero por lo menos la entrada será gratuita y lo que se ahorre podrá usarlo el miércoles en el 2x1 de su cine más cercano.

Una vez dentro del museo, considere seriamente seguir el sentido natural de la exposición. Aunque pueda parecer contracultural y revitalizante, recorrer la exposición de atrás para adelante no hará sino confundirlo mucho cuando, al final de su recorrido, encuentre la cafetería en lugar de los baños. Acérquese con cuidado a uno de los cuadros. Pero acérquese demasiado, casi hasta tocarlo. Con un poco de suerte, los vigilantes le llamarán la atención y usted, indignado, saldrá del lugar e irá a hacer algo mejor. Si no se anima a tocar los cuadros, entonces simplemente obsérvelos. Una vez que haya ubicado visualmente el primer cuadro, proceda a bajar su mirada hacia la esquina inferior derecha del mismo.

Acérquese mucho a la etiqueta y pose sus ojos sobre la primera palabra que vea. Ése será el título de la obra. Continúe su recorrido visual por ese pedacito blanco de papel de izquierda a derecha y de arriba abajo. Es necesario que usted domine este proceso, llamado "leer", y que pueda asimilar todo lo que encuentre escrito en esas etiquetas: los curadores han estudiado muchos años en la universidad para indicarle el título de esa obra, con qué materiales y cuándo fue hecha. Leer será el primer paso para que usted pueda comprender de qué se trata la exposición.

Hay, sin embargo, otra forma de apreciar los cuadros que consiste únicamente en pararse delante de ellos y, pues, mirarlos. Para mirar un cuadro no se necesita haber aprendido a mirar en la escuela ni haber hecho un doctorado en historia del arte. Quienes dirán lo contrario serán, precisamente, los doctores en historia del arte, quienes ya no saben ver los cuadros porque han tratado de usar un código similar al de escribir y leer para explicar la pintura (lo cual no es necesariamente malo, salvo cuando nos obligan a seguir el mismo proceso de entendimiento pictórico).

Si usted se decanta por la forma de observación número dos, la consistente en simplemente mirar, entonces sólo necesitará ojos y haber visto el mundo. Lo que está frente a usted, sin importar el autor, técnica, estilo, material o época, es el mundo visto de otra forma. En ese espacio delimitado, a veces por un marco, por otros cuadros, o por la simple disposición que decidió darle el curador, estará usted mirando el mundo tal y como lo concibió otro ser humano. Así que tenga la bondad de plantarse enfrente de ese pedazo de tela y obsérvela un rato. Si no consigue desentrañar el tipo de mundo que ese ser humano quiso plasmar, no se mueva de donde está: rásquese la barbilla, ladee un poco la cabeza hacia la izquierda, haga un leve sonido gutural y pase al siguiente cuadro.

Si va acompañado, se hace necesario que haga un comentario. Puede ser sobre los colores, o la intención del autor, o la forma tan inconveniente que tienen los demás paseantes de pararse enfrente de ustedes sin el menor respeto por el campo de visión ajeno que obstruyen. Procure que el comentario sea lo suficientemente ambiguo y subjetivo como para que no suscite nuevos comentarios ni preguntas que pongan en evidencia que usted no tiene ni idea de lo que está mirando.

En última instancia, no es necesario que obtenga una moraleja de su visita al museo, y tampoco es necesario que aprenda, le agrade o la recuerde. Si al salir de ella la luz natural hiere sus ojos y le da mucha alegría volver a ver el exterior con sus propios ojos y no a través de los ajenos, la exposición habrá cumplido con su misión: hacerlo desear mirar el mundo.

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