Un sexenio pequeño

Los regímenes presidenciales, a pesar de su duración, pueden ser grandes o pequeños

Desde 1934, solemos medir los períodos presidenciales por sexenios. No era novedad en ese año, ya en 1904 Don Porfirio Díaz había encomendado al Congreso cambiar de cuatrienios a sexenios. Fue después de 1917 cuando regresaron los lapsos de cuatro años y entre ese año constitucional y la llegada del "Tata" Lázaro, tuvimos siete presidentes (el período presidencial promedio fue de 2.4 años, pero los dos únicos que completaron cuatrienio fueron Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles).

Digamos que éstos dos últimos lograron transformaciones profundas en la conformación del Estado mexicano y en la consolidación de instituciones. Tuvieron gravísimos errores, como la persecución religiosa, la política de entreguismo a los Estados Unidos de América, el corporativismo y la creación del PNR o Partido Nacional Revolucionario, el PRI original.

A cambio, a Obregón se le reconoce haber tenido como sólido brazo (aunque era manco) en educación a José Vasconcelos, cuya labor inigualable será uno de los hitos en la historia no sólo universitaria y educativa de México, sino de toda la América Latina.

Digamos que la etapa sonorense (de 1920 a 1928, incluyendo el corto período de Adolfo de la Huerta), fue de tres etapas de grandeza, asunto que poco se ha repetido en los 14 sexenios desde 1934 a la fecha, excluyendo desde luego el correcto período de Manuel Ávila Camacho, el de Ruiz Cortines y la etapa del Desarrollo Estabilizar entre 1958 y 1970.

Digamos con cierta reserva (de mi subjetividad), que la gestión de Lázaro Cárdenas debe ser revisada y reconsiderada, toda vez que la expropiación petrolera es ahora uno de los temas de mayor cuestionamiento y discusión en política y economía: fue una circunstancia inusitada por la cuestión internacional de preguerra. El mismo "nuevo" PRI destruyó el mito.

Los regímenes presidenciales, a pesar de su duración, pueden ser grandes o pequeños: pueden acceder a la grandeza y ser grandiosos. Pero pueden ser también de ínfima dimensión cuando los ocupantes de la residencia presidencial, Los Pinos, utilizan su gestión administrativa para la corrupción, la frivolidad, las ocurrencias, la publicidad de imagen, la propaganda, el dispendio y se dedican a destapar el ánfora de Pandora dejando escapar hasta la esperanza misma. Luis Echeverría y José López Portillo fueron dos ejemplos relevantes de esas prácticas que desafortunadamente parece que crearon escuela. El país decayó desde 1970 y es el momento, 46 años después, que no podemos recomponer la economía nacional ni las finanzas personales.

En diciembre de 2012 y meses subsecuentes, llegamos a creer que con un tal "Pacto por México" y un paquete de "reformas estructurales", la situación económica encontraba al fin un remedio a sus males: no ha sido así. En 2016 los signos económicos, financieros, de empleo, de salud, de bonanza, son en general negativos. La imagen del presidente Peña Nieto ha caído brutalmente y ni con los actos de contrición se endereza el cartel del que debiera ser el hombre en quien más confiara la población.

Inútil enumerar los casos en que la figura del presidente se achica y su sexenio se empequeñece en mucho por causas familiares: el consorcio matrimonial le ha resultado desfavorable. Las casas y departamentos, las ligas con empresarios y contratistas han resultado en tropiezos graves para un Estadista y la aparición en revistas "del corazón" restan seriedad al gobernante.

Aunado a esto-que pareciera lo importante-, el gabinete tanto en el área económica cuanto en la política, han resultado funestos y el gobierno federal está sitiado por una de las rémoras del corporativismo que el sistema incubó y ha alimentado. Faltan 27 meses para que termine un sexenio empequeñecido por la impericia, la torpeza y el descuido. Por más que se abunde en discursos y se gasten millonadas de pesos en rescate de imagen, el efecto es adverso. Se desconoce la cura para este mal.

 

@MariodeValdivia

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