La banalidad del bien

Puede que la paráfrasis parezca desafortunada. Me refiero al título de la extraordinaria obra de Hanna Arendt, Eichmann en Jerusalén – Un estudio sobre la banalidad del mal, ensayo que todo interesado en la historia del holocausto debería leer, pero especialmente los juristas, por las profundas contradicciones que generó el rapto de Eichmann, su enjuiciamiento por el Estado israelí inexistente durante los hechos, la discusión si fueron crímenes contra la humanidad o sólo contra una nación, la duda de si un tribunal internacional debió juzgar a ese hombre y su verdadero papel en la muerte de millones de personas.

Valioso doblemente porque Hanna Arendt era judío-alemana y no hay duda de la objetividad plasmada en el libro, cuyas conclusiones y epílogo constituyen una de las mejores disertaciones sobre el derecho público internacional, los derechos humanos y el papel de los gobiernos, a veces cobardes, a veces tiránicos y otras indiferentes.

En México no hemos tenido prácticas de exterminio, si bien políticamente se exponen como genocidio algunos casos graves como Tlatelolco, Tanhuato o Nochixtlán, no reúnen las definiciones convencionales sobre aniquilación de pueblos y etnias.

Hay muchas formas de desestabilizar a un gobierno, que van, en lo interno, desde los golpes de Estado hasta las intrigas y las luchas de facciones políticas que devienen en guerra civil. Hemos sufrido en América Latina la intervención descarada de los Estados Unidos de América en la desestabilización de gobiernos. Dominicana, Guatemala, Nicaragua, Cuba, Chile y nuestro propio país, entre otros, fuimos víctimas de la vieja política del "Gran Garrote" y de la Doctrina Monroe. La CIA fue el último agente norteamericano que participaba en esas acciones.

Hoy en día, sin ninguna duda, el Estado mexicano está sufriendo una embestida inesperada e inusitada que puede conducir a una completa desestabilización y que puede hacer precipitar la economía nacional y romper totalmente las estructuras jurídicas que sustentan al Estado nacional. El gobierno, responsable de la defensa de las instituciones públicas es francamente pusilánime y por ello es ya impopular, lo cual puede interpretarse como una vía hacia la deslegitimación: en términos de la democracia pura, al no contar con respaldo del pueblo, su legitimidad queda en entredicho.

Una organización violenta, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), está logrando sin mucho esfuerzo, lo que el Ejército Zapatista (EZLN) no alcanzó con su "declaración de guerra" en 1994. La CNTE ha arrinconado al Estado y está dañando seriamente nuestra conformación territorial.

La CNTE está incurriendo en delitos graves: anular la educación pública; violar derechos humanos; obstrucción de caminos; privación ilegal de la libertad; ausentismo laboral sin sanciones; homicidios; violación de las libertades de tránsito y de comercio. Está privando de suministros a poblaciones pobres y está fomentando la fragmentación del país; algunos de sus líderes son delincuentes peligrosos y fueron puestos en libertad. Tiene acorralado al gobierno y su "diálogo" con un incapaz secretario de Gobernación está sólo beneficiando su "lucha" que es uno de los más miserables signos de degradación al pueblo de México.

La CNTE es portadora del mal. Para la CNTE el bien es algo banal que merece su desprecio. El gobierno federal mexicano es cómplice de la CNTE: también para nuestras autoridades el bien es parte de la banalidad, por eso tiene miedo de enfrentar a esa banda delincuencial.

No hay genocidio formal. Pero esta generación y las que vienen, los niños y jóvenes del presente son las víctimas de la CNTE, y debido a ésta, el 22 de agosto, mañana, miles de escuelas no impartirán clases. México está siendo condenado a la ignorancia por aquellos que tienen en alto precio al mal y en la frivolidad al bien. Padecemos un holocausto moral que aniquila los auténticos valores cívicos.

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