Del Divo a Trump

Enrique Peña Nieto es la víctima mayor de la semana. Se vio pequeño frente a Trump

Tremenda semana para el sentimentalismo mexicano. Pasamos, en sólo cuatro días, de volcar toda la cursilería que provocaban las canciones y tonadas de Juanga, al justificado repudio colectivo por la visita de Donald Trump.

Afloraron amores y odios, fanatismos de la masa que ha decaído en el gusto, hasta la flagelación por el agravio de un gringo que vuelca su inquina personal hacia el país que no le permitió ganar un litigio. Uno de los damnificados en la tragedia fue Nicolás Alvarado, erudito del lenguaje que tuvo valor suficiente para publicar su opinión: no le gustaban ni la música ni las letras de las canciones de Juan Gabriel, de lo cual dio cuenta pormenorizada del mal gusto que representaban no sólo el pobre lirismo del "Divo", sino hasta su indumentaria.

El pueblo de México ha olvidado que aquí hemos tenido compositores de enorme talla, tanto en el ámbito de la alta cultura musical hasta la más sentida música popular expresada en boleros y 'rancheras'; hemos ido decayendo en el sentido de apreciación musical y adherido a formas menguadas de composición, eso sí, ornamentadas con arreglos musicales de gran calidad, lo cual distorsiona realidades y se piensa casi en el contrapunto cuando se escuchan sonoridades monumentales. En fin, Juan Gabriel, como la Morenita del Tepeyac, pasa a ocupar un sitial casi divino, en un pueblo que al perder la esperanza se refugia en tonadillas pegajosas. Ya tenemos un objeto más de culto cuasi pagano, cuasi divino. Juan Gabriel sana heridas del alma, es el opio actual del pueblo.

Gravísimo resulta el otro escenario, el de la Realpolitik mexica. Ni política interna ni diplomacia, ni filosofía política ni conocimiento de la historia; no hay teoría que justifique acciones de pobreza mental en que cayó el Jefe del Poder Ejecutivo, mal encausado y mal asesorado; enfrentado sin recursos verbales y políticos ante un monstruo del sofisma dialéctico. Donald Trump, a quien se insufló en sus pretensiones, por lo cual, horas después de su relampagueante viaje a México reafirmó en Arizona su proyecto constructivo del siglo: un muro inexpugnable por donde no deben pasar lo que para él son las miserias del sur.

Enrique Peña Nieto es la víctima mayor de la semana. Se vio pequeño no sólo en lo físico frente al corpulento Trump; también su lustroso copete se veía opaco ante el tupé dorado del visitante. Pero esos eran detalles menores: un presidente menguado se sobajaba mientras un prepotente candidato lo avasallaba y se llevaba nuestra vergüenza como trofeo de guerra, como cabellera desgajada de un enemigo sin fuerza.

El análisis político en Estados Unidos de América, antes y después de la fugaz entrevista, sigue sin dar buenas expectativas de triunfo a Trump. Hillary Clinton, con ciertas dificultades sigue aventajando. Es probable que el error mexicano le sirva porque la candidata ha sabido entresacar líneas erróneas del republicano para spots propagandísticos. Es probable también que Clinton esté meditando, calculando y haciendo preparativos para una entrevista con Peña Nieto, pero aprovechando espacios en donde no cause daños a la imagen deteriorada de nuestro presidente, así como oportunidades en las que los inmigrantes documentados o no, sean testigos de una propuesta que no los lesione.

En el juego sucesorio americano ya fuimos parte involuntaria. Para Donald Trump somos el chivo expiatorio, sacrificado ante una deidad blanca, protestante, anglosajona (WASP) que busca enseñorearse por encima de negros, morenos, musulmanes, católicos, orientales y todas las castas que difieran del amo caucásico que sólo aceptaba la inmigración si era esclava.

Semana dolorosa. Se va el icono de un pueblo nutrido con ridículo sentimentalismo, con frivolidades en pentagrama, con tonalidades de nostalgia por felicidad inexistente. Semana de vergüenza porque nos vapuleó un tirano en potencia. No hay proyecto, no hay ya valores políticos. Parece que estamos a la deriva.

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