El mes patriotero

Queda el Ángel de la Independencia sepultado entre rascacielos, del México contrastante, riqueza y miseria, un destino que Dios no escribió

Nuestro himno nacional, que es uno de los símbolos patrios, inicia con una ardiente invitación a la guerra: que aprestemos el acero (la espada) y el bridón (aunque pocos saben lo que es este artefacto de la caballería). Luego, debemos aguantar cómo la tierra debe retemblar con un terrible cañonazo para ir ascendiendo en el fervor y nos hará soldados a cada mexicano para enfrentar valientemente a "Masiosare", ese extraño enemigo que anida en nuestra conciencia, que probablemente sea un adversario interno y no un foráneo invasor.

Luego, a pesar de nuestro laicismo oficial, esperamos que el Arcángel Divino (no se sabe cuál de los tres: Miguel, Gabriel o Rafael) nos corone con olivo una vez alcanzada la paz, ya que Dios, con su dedo, escribió nuestro destino. Y así, además del coro, originalmente nuestro himno tenía diez estrofas, cercenadas también por el oficialismo debido a que fue Antonio López de Santa Anna (el "Guerrero Inmortal de Zempoala" como decía la cuarta estrofa) quien ordenó el concurso para la composición del himno guerrero. De igual forma, fue suprimida la séptima estrofa, en la cual se reconocía a Iturbide como padre de nuestra "sacra bandera".

En fin, el himno es político, se compuso en 1854 siendo Santa Anna presidente, cuando ya habíamos sido derrotados en 1847 y con brutales pérdidas de territorio. Luego padecimos guerra civil (la de Reforma) y algunos hijos de México se enfrentaron no al extraño "Masiosare", sino al hermano y al vecino. La intervención francesa demostró también que había poco interés de salvar los "templos, palacios y torres", como decía otra de las estrofas mutiladas y fue gracias a que Napoleón Tercero retirara sus tropas de México para defenderse de la amenaza prusiana, lo que nos salvo. En Sedán terminó la amenaza europea, pero siguió el "Big Stick" yanqui.

Ya en terreno actual, el mes se inicia con el informe presidencial, entregado con mensajero al Congreso y luego con una parodia de diálogo entre el presidente y jóvenes a modo, con preguntas y respuestas que mueven más a la ternura o compasión que al examen y al juicio de una administración fallida.

Siguiente acto: el secretario de Hacienda Meade, entrega el presupuesto de egresos para 2017, preparado por su antecesor, Luis Videgaray, expulsado del paraíso por el brutal error de traer a Donald Trump y poner en ridículo al presidente. Un presupuesto reducido en gasto y que ya sufrió la tremenda crítica de la calificadora Standard & Poors, por el alto contenido para el servicio de la deuda pública y la poca disposición para la inversión generadora del empleo. Un paquete económico que parece encaminado a complicar más que a resolver una posible crisis, de no enmendar el ominoso camino de tender a recaudar de los mismos contribuyentes para repartir dinero a manos llenas en programas sociales, que propician el desastre en empleo y en educación, programas promotores de la delincuencia y la ociosidad.

Vendrán los Niños Héroes, sangre vertida inútilmente por culpa de cobardes y traidores; exaltación de un ejército glorioso que ya no existe por decreto (para Peña Nieto, México sólo tiene ejército desde 1912, lo de antes quedó borrado, ya ni el limbo está). Eso sí, se aprovechará para cantar loas y glorias a unas fuerzas armadas sin más "triunfo" que una cobarde acción en Tlatelolco 1968, y penetradas hasta el tuétano por corrupción y delincuencia.

La noche del Grito y el desfile de armamento obsoleto coronarán un septiembre que oficialmente eliminó el día 27: la entrada de Iturbide con el Ejército Trigarante, verdadera consumación de Independencia, extraña señal de que no queremos liberarnos de los yugo que nos oprimen: la corrupción, la ineficiencia gubernamental, la pobreza, la deuda pública.

Queda el Ángel de la Independencia sepultado entre rascacielos de la opulencia, del México contrastante, riqueza y miseria, marca indeleble de un destino que Dios no escribió.

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