Los buenos

  • URL copiada al portapapeles

Elsa DIEZ


Septiembre 14, 2016

De este lado, los buenos; de este otro, los buenos. Las batallas campales se han vuelto un terreno peligroso para quienes todavía no deciden en qué bando estarán. Si en la antigüedad las batallas se rendían para definir los límites de los territorios, para restaurar el honor perdido de las naciones o para deshacerse de un régimen abusivo y fundando en el terror, las manifestaciones de hoy, al menos aquéllas en las que los ciudadanos de a pie estamos involucrados, son mucho menos claras en cuanto a los objetivos que persiguen, los miembros que las conforman y la legitimidad de sus peticiones. No sólo eso: las batallas de hoy hacen que se enfrenten miembros tan similares de la sociedad que uno no sabe exactamente si pelean por derechos o si lo hacen por el simple afán de proclamarse como los buenos absolutos entre todos los demás que no son malos pero tampoco son tan buenos como ellos.

Porque, al estar avalados por la teoría social, aquellos que enarbolan tener la razón seria, científica, y políticamente correcta deberían lograr comprender los miedos, dudas y atavismos inherentes de quienes, contrarios a ellos, no tienen el conocimiento, ni los recursos prácticos para acceder a ese conocimiento, como el léxico, la terminología y las bases teóricas. Porque amparados bajo el cántico de "nosotros somos los buenos, ustedes los malos", el grupo de gente que se proclame como la "gente buena" no sólo tiene la razón de su lado, tiene la obligación de encontrar formas de traer ese conocimiento al resto de la sociedad por más que ese resto les parezca obtuso, retrógrado y sin sentido. Y deben hacerlo pese a las negativas y reticencias que el grupo opuesto muestre porque, como dicta la inteligencia, las ideas erróneas que tardaron mil años en ser diseminadas no serán sustituidas por las correctas con una frase epigramática, un dedo acusador y la burla despiadada. No cambiarán en un año, un mes, una semana ni un día. No hallarán la luz al leer un tuit incisivo ni una publicación en Facebook.

Si la posesión de la razón se enarbola desde argumentos religiosos del orden superior y dogmático, entonces la obligación de sus defensores es seguir al pie de la letra los designios reglamentarios que sus creencias proponen y hacerlo desde el conocimiento, si no igual de profundo, por lo menos sí igual de respetuoso que el de aquellos que viven bajo otros estatutos morales y religiosos. Para fines prácticos, o más bien poco prácticos, cualquiera que desee soltar su opinión debería primero pasar un examen de conocimientos que avale su posesión del tema del momento por el cual se va a manifestar, o abrirá la boca, o soltará un comentario jocoso o escribirá un estatus en una red social. Si resulta que aprueba el examen, entonces la persona podrá salir a marchar en favor de lo que desee, u opinará en las redes lo que quiera si es que prefiere no marchar, con las consignas que prefiera, siempre y cuando recuerde que al final de la misma será su obligación iniciar una campaña educativa seria, fundamentada, constante y consistente con sus creencias y no la abandonará hasta que le abone resultados o el del equipo contrario lo reeduque primero.

Si todos los bandos tienen la razón y ninguno está mal, ¿cómo sabremos de qué forma vivir, a qué ley física apegarnos o a cuál santo encomendarnos? Si todos tienen su parte de razón entonces todos tienen su parte de error y pierden el tiempo ambos bandos soltando consignas llenas de razones plenamente justificadas y válidas, llamando a unírseles a los indecisos y tratando de influenciar a los más jóvenes. Pierden el tiempo sacando su más pesada bibliografía teórica y sus mejores ediciones con exégisis de libros religiosos. Cada cabeza es su propia tierra plana y estará convencida de ello mientras no se caiga de su propia orilla y se encarame de nuevo en el mundo que es la cabeza del otro.

  • URL copiada al portapapeles