Breve antropología familiar

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Emmanuel SHERWELL


Septiembre 28, 2016

Siempre seguiré expresando que el matrimonio tiene por naturaleza y como orientación principal la realización, trascendencia y un elemento necesario que es la procreación; y por tanto, este debe ser entre hombre y mujer.

La expresión de esta posición, halla como razón principal la bipolaridad sexuada del hombre y la mujer, ya que el hombre solo o la mujer sola no poseen la plenitud de vida; sólo ésta se alcanza en la reciprocidad del vínculo, por eso que están llamados a la unidad, la cual no se refiere a una fusión que lleva a una pérdida de la individualidad sino que adquiere sentido en la unión-comunión, en la unidad relacional que los guía y conforma como núcleo fundamental de la vocación comunitaria de la humanidad (Carlos Avellaneda, La Danza del Amor).

La dimensión antropológica que adquiere el vínculo conyugal y familiar, deviene desde el plan originario de la creación de Dios. Ambos, hombre y mujer, son seres de relación, que han sido dotados de características originales como: la alteridad, comunión, y complementariedad. Uno y otro, han sido llamados al encuentro, a esta complementariedad que permite hablar y entender la esencia del ser humano: creados a imagen y semejanza de Dios (Gn, 126).

En este sentido, debemos reflexionar en que el hombre y la mujer ocupan un lugar central en el proyecto divino, ya que ambos están llamados a continuar la obra creadora. No sólo el hombre como tal, no sólo la mujer como tal, sino ambos, en comunión, razón, libertad y la generación, elementos que forman en la unidad una comunidad familiar, para expresar el amor y así obra salvífica de Dios. Por ello, que coincida con la expresión que reza que el bienestar de la persona y de la sociedad humana está estrechamente ligado a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar.

Sin embargo, la cultura moderna y contemporánea ha abierto nuevos espacios, nuevas libertades, nuevas tendencias, pero también una ideología que plantea gran cantidad de dudas y escepticismo en torno a la unión entre un hombre y una mujer. De igual forma, el gran incremento de los fracasos matrimoniales que se ha convertido en un hecho cotidiano, es una realidad que en muchos agrada y que constantemente supera fronteras y culturas.

En estos días que vivimos, la dignidad de la institución ya no brilla con el mismo esplendor, parece estar desplazada por la poligamia, el creciente divorcio, el llamado amor libre y la ideología de género.

Por otra parte, y es necesario decirlo, la actual situación económica, social-psicológica y civil son origen de fuertes perturbaciones para la comunidad conyugal y familiar. Hoy la sociedad y el matrimonio corre el peligro de retroceder, incluso quedar expuestos a las corrientes que buscan su supresión como institución o bien, la eliminación de la diferencia sexual de la unión entre un hombre y una mujer.

Si no queremos como comunidad y sociedad vernos impactados por los cambios que se han operado en la convivencia de pareja y familiar, y de poder sostener vínculos plenos y duraderos, se debe acrecentar la responsabilidad de la Iglesia, de todos los creyentes, y sobre todo de las familias creyentes, de redescubrir la belleza del diseño de la convivencia conyugal y familiar que graba el sentido puro, antropológico y el sentido nato de la imagen de un plan de realización, un plan que es forjado en la alianza entre el hombre y la mujer.

Dice Francisco: la tierra se llena de armonía y confianza cuando la alianza entre el hombre y la mujer se vive en el bien. Y si el hombre y la mujer la buscan entre ellos y con Dios la encontrarán sin duda. Jesús nos anima explícitamente a dar testimonio de esta belleza, que es la imagen de Dios. Creo que es posible aún proyectar la unión matrimonial y familiar para toda la vida.

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