02 de Octubre de 2016 |
El lunes 29 de julio de 1968 fue asaltado por tropas del cuerpo de paracaidistas, el inmueble de la Escuela Nacional Preparatoria, el antiguo Colegio de San Ildefonso de los jesuitas. En 1968, el monumental edificio albergaba a la preparatoria 1 "Gabino Barreda", turno matutino y a la preparatoria 3 "Justo Sierra", turno vespertino. El asalto ocurrió por la noche, de manera que la afectada fue la Prepa 3 y los alumnos ahí detenidos por la tropa eran de este plantel. San Ildefonso es inmenso, ocupa casi una manzana. Tiene dos entradas principales, dos en la calle de San Ildefonso y otra en la calle de Justo Sierra 16. Fue justamente en ésta última donde el aguerrido comando militar abatió con un disparo de bazuca, la puerta centenaria, ejemplo de la ebanistería barroca. También rociaron de metralla el dintel y en el marco de cantera y por muchos años quedaban huellas de los balazos. El 29 de julio era secuencia de hechos ocurridos tres días antes, el 26 de julio, cuando el cuerpo de granaderos reprimió con brutalidad una manifestación que recordaba el asalto al Cuartel Moncada en Cuba. Previamente, estudiantes de la preparatoria particular "Isaac Ochoterena" habían tenido riñas con estudiantes de la Vocacional 5 del Politécnico, todo en los rumbos de la Ciudadela. La policía y granaderos capitalinos habían iniciado la violencia que desembocó en Tlatelolco. San Ildefonso fue, el 29 de julio, el refugio de estudiantes perseguidos por los granaderos. Alfonso Corona del Rosal era Jefe del Departamento del Distrito Federal y pensó que las expresiones juveniles eran amenaza para la ciudad sede de los Juegos Olímpicos. Luis Echeverría Álvarez era secretario de Gobernación y no sólo ambicionaba el poder, sino que era partidario de usar la fuerza bruta para inhibir el espíritu de protesta estudiantil. Marcelino García Barragán era secretario de la Defensa Nacional y sabía para qué eran las armas, no tenía miramientos. El presidente, todos sabemos era Gustavo Díaz Ordaz-Bolaños Cacho, de ascendencia oaxaqueña pero registrado su nacimiento en Puebla. Estos cuatro nombres están ya en las páginas de la ignominia. El asalto a San Ildefonso fue un atentado no sólo a la autonomía de la Universidad. Fue un atentado contra la educación, el arte, la ciencia y la cultura. Por eso, Javier Barros Sierra, rector de nuestra Alma Mater encabezó dos días después valerosamente una marcha de protesta y con ella daba realmente inicio el Movimiento Estudiantil Popular de 1968, que removió conciencias y que inspiró espontáneas manifestaciones no vistas antes (13 y 27 de agosto, 13 de septiembre). El ejército no tuvo recato, ni pudor, ni honor. Se dedicó a tomar a sangre y fuego, instalaciones politécnicas (Casco de Santo Tomás), escuelas vocacionales y parecía coronar su campaña triunfal el 18 de septiembre cuando irrumpió con tanquetas y ametralladoras en la Ciudad Universitaria. No hubo límites para los excesos. El 2 de octubre, en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, se celebraba un pacífico mitin estudiantil para decretar la "tregua olímpica" (suspender el movimiento durante los juegos). Pero fue en esa aciaga fecha, hace 48 años, cuando otra vez, el ejército, esta vez comandado por el general juchiteco José Hernández Toledo, en conjunto con el nefasto "Batallón Olimpia", masacraba a jóvenes indefensos. La prepotencia gubernamental de 1968 se prolongó hasta el 10 de junio de 1971, el "halconazo", sangre y muerte dedicadas al Huichilobos en turno. Estigma que marcó al Estado mexicano, síndrome que ya no puede remediar. Aquel gobierno no existe más, pero dio pasó a una mala calca democrática: hoy la marca registrada del Estado y el gobierno son la timidez, la fragilidad, la debilidad y la carencia de valor para defender a la sociedad, hoy sí agredida por los violentos irrefrenables que irónicamente son pagados y patrocinados por el Estado mismo. 2 de Octubre, no se olvida. |