Es una utopía crear arte diverso

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Martín CORONA


Noviembre 10, 2016

Los humanos somos animales de comunidad. A diferencia de otras especies, el pequeño cachorro humano necesita al menos de su madre dos a tres años después de haber nacido. Es decir no nacemos completos e independientes, sino necesitados de un grupo social.

Y pareciera que nuestra cultura actual: capitalista, globalizada y exitista, anhela erradicar esta necesidad. Se habla por todos lados de la independencia desde pequeños, de crecer ensimismados en grupos sociales artificiales como las escuelas, de alejarnos lo más pronto posible de la familia, de madres y padres que a los pocos meses de nacido el niño se van a trabajar y lo dejan muchas horas a su suerte con personas ajenas a la familia.

Este cambio de estructura social afecta a las personas en lo más íntimo, en lo verdaderamente profundo, ya que son los primeros tres años los que le darán al individuo la base de desarrollo que sostendrá toda su vida. De modo que la comunidad inicial que es la familia está fracturada, la mayoría de las veces no hay ni siquiera una figura dedicada al desarrollo y la crianza del niño. Entonces es fácil que a la larga se convierta en un individuo frío, sin ningún interés por sus semejantes, que no ve en los demás a un igual o a alguien con quien debe crecer y trabajar en conjunto. En cambio la ideología del éxito echará raíces profundas, ya que será fácil hacerle sentir y creer que él deberá sobre salir por encima de los demás sin ninguna duda.

Ahora, con esta idea de mundo, con estos individuos clavados en las pantallas y cada vez más incapaces de mirarse a los ojos, de establecer relaciones de honestidad y humanidad, imitadores sin reflexión de los esquemas y formas que ven en la tele y el cine, con estos individuos se trata de hacer arte. Por supuesto que es muy complicado.

Sobre todo porque el arte como se entendió en el renacimiento y la modernidad fue algo diferente, tuvo sus propias reglas que ya no son vigentes con este momento histórico. Por ello cuando vamos al teatro, a un concierto de música académica o cualquier manifestación de ese arte romanticista nos sentimos molestos, defraudados, lejanos.

Entonces ahora, ¿cómo serán las artes?

Sin duda en la actual crisis del estado difícilmente veremos de un "becario" o de alguna institución una idea creativa que florezca y logre eco entre la gente. Lo que vemos es la repetición sistemática de estructuras y esquemas que ya no son vigentes. En cambio diseminados entre la publicidad y los millones de dólares invertidos en producción, descubrimos música cautivadora, escenografías bellísimas y momentos estéticos en productos meramente comerciales.

¿Por qué? Porque es ahí, en la unión de ideologías, razas y credos que genera el dinero donde se condensa actualmente la creatividad unida de las personas. Ya no existe el espíritu nacionalista, por fortuna dirían algunos, que llevaba a grupos de creadores a generar obras con una misma visión. Ya no se congregan alrededor de una religión o una ideología, actualmente nuestro único gran punto de cohesión es el dinero.

Además, con una crianza desapegada de la propia comunidad, con individuos demasiado preocupados en el éxito es casi imposible la unión de energía creativa a favor de un mismo objetivo.

Hace unos días, un queridísimo amigo me decía que en la cultura mainstream todos los integrantes trabajan a favor de un mismo objetivo, en cambio en las nacientes culturas emergentes, como es el caso de los creadores de contenidos alternativos para niños, parecía que el trabajo era más contra el otro que a favor de generar una comunidad y productos comunes.

Me dolió mucho, porque a menudo descubro que hay mucha razón en ello. Sin embargo, es el dinero, la inversión millonaria en la captación de talentos lo que hace que los productos globalizados se logren con ese falso entusiasmo y gran calidad. En cambio, es una utopía pensar que quienes hemos sido formados creyendo en el éxito, en la competencia y la competitividad podamos unirnos a favor de nuevas maneras de hacer las cosas. Sin embargo, las utopías existen por una razón: para darnos un rumbo y no dejar de caminar.

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