13 de Noviembre de 2016

Hace una semana comentábamos alegremente el triunfo de los Cachorros de Chicago en la Serie Mundial de béisbol, un verdadero gran acontecimiento en el deporte estadounidense y en la vida misma de la nación americana. Después de 108 años, el equipo del Wrigley Field (parque que es su sede hace 100 años exactamente) se llenaba de lauros triunfales y emocionaba a todos los beisboleros del mundo.

Pero pocos días después, el panorama general se ensombrecía, cuando una figura advenediza en la política, triunfaba en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos de América. Donald Trump será el presidente número 45 de ese país y ya no pudimos contar con una tercera excepción en la lista democrática: que una mujer fuera titular de su Poder Ejecutivo. Las otras dos excepciones habían sido John F. Kennedy, hasta ahora el único presidente católico; la otra, Barack Obama, el único presidente de raza negra.

La supremacía "wasp" White-anglo-saxon-protestant (blanco-anglosajón-protestante), pareciera una parte de su invocado Destino Manifiesto, el dominio de los caucasianos por encima de los grupos raciales o étnicos que para los blancos pueden ser despreciables.

A la mayoría de wasp sigue doliéndoles la Decimotercera Enmienda a la Constitución americana (1865), cuando se abolía la esclavitud (de los negros, ya que no había esclavos blancos), puesto que con ello los estados Confederados abanderaban una de las motivaciones para justificar e inventar superioridad racial. A esa misma masa le molesta recordar la Decimoquinta Enmienda (1869), que otorgaba el sufragio racial: también los negros podían ya votar en las elecciones.

Pero para el machismo americano (blanco, negro y de todos tintes raciales o étnicos), la mujer sigue teniendo un lugar reservado pero no en la grandeza política o empresarial. A este sector misógino sigue doliéndole la Decimoquinta Enmienda (1919), que otorgaba el voto a las mujeres.

Pero el peso de su idiosincrasia retomó la línea que los padres fundadores habían dictado, excepciones hechas de John Adams o Abraham Lincoln. Y, a pesar de la brutal contienda que fue la Guerra de Secesión en la década de 1860, los blancos racistas dominaron la escena por cien años hasta la irrupción de Martin Luther King, que reivindicaba para los negros en Estados Unidos, el acceso pleno a los derechos civiles.

Walt Withman (1819-1892), el gran poeta americano, expresaba que la sangre anglo-normanda (hoy conocida como anglosajona o caucásica genéricamente), imponía su fuerza y su ley trastocando la libertad del ser humano y fue duro activista y crítico de la esclavitud, como lo fuera Harriet Beecher Stowe (1811-1896), la gran escritora que en su obra La cabaña del Tío Tom (1852), denunciaba la crueldad sobre los negros y sentaba el precedente de la lucha por la igualdad de los derechos.

Pero Adams, Lincoln, Withman, Stowe o King, son glorias que el votante americano desechó en las urnas el 8 de noviembre. El triunfo del candidato republicano es un retroceso a los funestos años de la supremacía racial blanca y del Destino Manifiesto. Una falsa idea de reivindicación de su indudable poderío mundial, hizo creer a la mayoría wasp del pueblo americano que estaban en derrota y decadencia, por lo cual, como Alemania en 1933, elevaban al poder a un deschavetado que será causa de encono, mezquindad y odio, especialmente contra México.

In God We Trust (En Dios confiamos), es el lema oficial de la Unión Americana. Esa frase mística que implantara Einsenhower en 1956 y que es parte de su Himno Nacional, se convertirá, por lo menos hasta 2021, en una torcida confianza en un despreciable Donald Trump. Con este "clown" la sociedad americana entre sí, en decadencia.

Ya seguiremos con el Rey de los Deportes, una de las creaciones virtuosas de los gringos.