Domingo de Resurrección

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Jaime OAXACA


Enero 10, 2017

Para el 7 del 7 se anunció la despedida de El Pana. Fue el 7 de enero de 2007 en la plaza México.

Fiel a su impredecible vida, El Pana salió con su domingo 7.

¡Qué despedida ni qué nada! El Pana no se fue, al contrario ¡resucitó!

Aquel 7 del 7, El Pana realizó don faenas sensacionales, sublimes, mágicas; imposible irse de la fiesta. Se dice que aún estaba en el callejón de la plaza México cuando su apoderado Salvador Solórzano recibió telefonemas para contratar al torero.

Claro que El Pana era un predestinado; no obstante, si alguien hubiera dicho que esa tarde el torero iba a estar apoteósico, que en lugar de irse iba a resucitar como torero, lo hubieran tildado de borracho, de loco. Un hecho así, jamás había sucedido en la historia de la tauromaquia.

Y El Pana no se fue, ¡renació! Fue su Domingo de Resurrección. No solamente cambió su vida, le inyectó oxígeno a la tauromaquia mexicana con una promoción como nadie lo ha hecho en los últimos 30 años.

Quizá El Pana rezaba para que en su despedida un toro le embistiera no quería salir del coso con las manos vacías. Dios sabía de los sufrimientos personales y profesionales de Rodolfo Rodríguez González, un hombre que en ese tiempo estaba por cumplir 55 años. El Ser Supremo le dio a manos llenas.

La vida le había negado triunfos al torero. Fue relegado por empresarios, vetado por las figuras que manejaban la fiesta, maltratado por ganaderos y empresarios; inclusive, algunos de sus propios compañeros lo tachaban de chalao. Muchos fueron a verlo fracasar en su despedida.

Rodolfo empezó a despedirse de la fiesta en la feria de Tlaxcala de 2003, siguieron algunas otras, la última sería La México. Pero la oportunidad no llegaba. Vestido de civil pedía una oportunidad, cuando no había toro se brincaba al ruedo a solicitarla, lo sacaban y llevaban a la cárcel. Fueron tantas veces que el diestro decía que ya le daban calendario.

Lo de despedirse en coso más grande del mundo no era ninguna puntada ni capricho, era un acto de justicia, porque en su época de novillero tuvo una temporada triunfal, toreó 11 novilladas de 21 que ofreció la empresa en 1978. La primera de ellas fue de selección. No fue oportunidad, relataba el torero, la empresa quería quitarse a seis diestros indeseables.

La corrida del 7 del 7, su despedida, se la dio José Antonio González Chilolín, en ese respiro que Rafael Herrerías le dio a la empresa cuando se alejó de ella. Como dato curioso, Chilolín debutó de novillero una temporada antes que El Pana, alternó con Chucho Villanueva quien también se presentaba en el magno coso. Chilolín como empresario y Villanueva como banderillero participaron en la despedida de Rodolfo.

Los nombres de sus toros de aquella tarde, de la dehesa de Garfias, fueron un mensaje premonitorio: Rey Mago y Conquistador.

El Pana se convirtió en rey, en un mago, en un brujo, en el Brujo de Apizaco. Conquistó plazas en las que nunca había toreado.

Aquel 7 del 7, se abrió un panorama para el apizaquense, con el que seguramente soñó muchas noches, pero que nunca pensó que llegarían. No sólo fue aclamado por sus seguidores, el propio presidente de la República le llamó por teléfono para felicitarlo, la prensa ajena a la fiesta de los toros quería entrevistarlo. ¿Quién es El Pana?, se preguntaban. ¿Qué diablos hizo para conmocionar a casi todo el país?

El Pana no se despidió. Empezó a recibir trato de figura del toreo, dejó de ser el chalao, el loco para convertirse en un genio. Sólo los seres humanos bendecidos, pueden logarlo.

No llegó tarde el triunfo en su carrera o en su vida, fue el momento preciso, cuando estaba superando el alcoholismo, era su sino.

En una entrevista le pregunté que si el triunfo hubiera legado antes quizá lo hubiera derrochado. Yo creo que sí, me respondió.

Fue contratado en plazas en las que nunca había actuado. Toreó en el extranjero: España, Francia, un festival en Sudamérica vestido de charro. La gente quería ver a ese torero singular, entrado en años, con una tauromaquia propia, diferente.

Nueve años y cuatro meses le duró el gusto al diestro, valió la pena, se fue satisfecho, feliz. Solventó con lo que pagan los toreros: la vida.

La tauromaquia tuvo un hecho insólito, una efeméride histórica, inolvidable, parece como si hubiera sido ayer, ya ha transcurrido una década de la resurrección de El Pana, del Domingo de Resurrección.

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