Martes 17 de Enero de 2017 |
La resiliencia es definida por la Real Academia Española (RAE) como "la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos". Desde esta perspectiva, México podría catalogarse como un país resiliente, ya que a pesar de los hitos más adversos en su historia política, el sistema político se reacomoda a las circunstancias que presenta una nueva coyuntura, lo que implica la readaptación de todas sus instituciones y actores sociales (gobierno, individuos, sector empresarial, partidos políticos, medios de comunicación, universidades, organizaciones de la sociedad civil, etcétera.). Se dice que una persona es resiliente cuando muestra fortaleza ante las adversidades y logra aprender de los problemas e incluso se considera un factor de protección ante los riesgos. En este orden de ideas, la resiliencia civil ha imperado, a pesar de los malos gobiernos, las malas decisiones, la corrupción y una sociedad civil adormecida; y es que por mucho que haya desencanto, frustración, repudio o desafección hacia la clase política, como lo muestran estudios de opinión pública, la realidad es que la sociedad mexicana no se caracteriza por ser activa y participativa, ni siquiera en elecciones. Por lo que es necesario repensar en este tiempo de crisis la capacidad de sobreponernos a la adversidad, pero sin cinismo o conformismo, como elementos característicos de la cultura política mexicana; sin apostarle al país donde nunca pasa nada y todo se va a "calmar" en un tiempo. Más bien, con voluntad y decisión. La falta de salud social de México se encuentra en las manifestaciones en diversos estados de la República como protesta al gasolinazo, la indignación ciudadana por los recursos asignados a los partidos políticos, la presión en redes sociales contra el dispendio y la falta de sensibilidad de los funcionarios públicos, el rechazo de empresarios contra el acuerdo de fortalecimiento económico y protección de la economía familiar para evitar un alza injustificada a los precios e incluso el llamado de la iglesia para que los gobernantes sean sensibles hacia los más pobres. La democracia, entendida desde la perspectiva de Giovanni Sartori, como el conjunto de conceptos y teorías que nos es útil para analizar la realidad social, nos permite resolver problemas públicos, a través de valores o principios fundamentales que cada sociedad le imprime a su forma de organizarse para el bien estar. Es una forma de ejercer el poder, pero también un sistema de control y de limitación del mismo. El poder sólo se controla con poder y el poder democrático lo tiene la sociedad en sus manos; es el momento de dejar de esperar que el gobierno haga todo y hacernos cargo cada quien de lo que nos corresponda, apropiándonos de la democracia, tanto en las calles como en las redes sociales. El enojo y chispa cívica no pueden quedarse en el simple anecdotario de nuestra historia política, deben ser las lecciones que debemos aprender para mejorar nuestra sociedad, sus capacidades y afianzar las fortalezas que nos permitirán tener un mayor grado de involucramiento en los asuntos públicos, desde el momento de elegir a quienes nos gobiernen hasta y durante todo el periodo de gobierno que hayamos aprobado. Exigir sin compromisos o responsabilidad no es la vía adecuada, se necesita más que un meme o un tuit para hacer de México un país viable y con futuro. Debe haber una actitud cívica que a todos nos haga reflexionar sobre las grandes omisiones que hubo en el pasado. El gobierno tiene que recaudar más y gastar mejor; comunicar oportunamente sus decisiones para buscar consenso y legitimidad; mantener la gobernabilidad. La sociedad debe tomar las riendas de sus derechos y hacerlos valer por la vía democrática. La mejor forma de defendernos es a través de la propia ley, las instituciones, el Estado de Derecho, el pleno ejercicio de la ciudadanía. Nuestra resiliencia está a prueba. info@reconstruyendociudadania.org@floresm_mx*Politóloga del Tecnológico de Monterrey en Puebla |