Trump: un estatus de presidente sin estatura presidencial

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Barthélémy MICHALON


Enero 22, 2017

"Lo que se nos exige ahora es una nueva era de responsabilidad, un reconocimiento, por parte de cada estadounidense, de que tenemos obligaciones con nosotros mismos, nuestro país y el mundo; unas obligaciones que no aceptamos a regañadientes sino que asumimos de buen grado, con la firme convicción de que no existe nada tan satisfactorio para el espíritu, que defina tan bien nuestro carácter, como la entrega total a una tarea difícil".

Estas palabras fueron pronunciadas en el discurso inaugural del nuevo presidente. ¿Trump se habrá dado finalmente cuenta de la dignidad de su función y de la altura de sus responsabilidades? ¿La solemne transmisión del poder habrá suscitado un profundo cambio en su persona, para que sus disparates verbales o tecleados cedieran el lugar a mensajes dignos e inspiradores?

No se produjo ninguna metamorfosis: si bien las líneas citadas provienen de un discurso inaugural, éstas ya tienen ocho años. Reflejaban los valores y el proyecto de Obama quien en su momento había conquistado una clara mayoría del electorado gracias a una campaña basada en la esperanza, el esfuerzo y la apertura. En contraste, su sucesor consiguió una estrecha victoria electoral después de martillar un discurso de miedo y de rechazo, hermético a la exigencia de verdad y desprovisto de respeto hacia los diferentes oponentes a quienes se enfrentó en el proceso.

En su propio discurso inaugural, el nuevo presidente no desvió de la postura que había hecho suya durante la campaña, sino que al contrario se esforzó por enfatizar todavía más sus diferenciadores, desde los eslóganes America first o great again hasta la invocación explícita de la "protección" contra la competencia económica contra productos importados, desde la siniestra descripción de las zonas industriales abandonadas hasta la promesa de una erradicación total del terrorismo islámico.

Radical en las promesas y simplista, o incluso silencioso, sobre los medios para realizarlas, la primera alocución presidencial del magnate fácilmente podría confundirse con cualquiera de sus discursos como candidato.

Aparte, parece irónica su insistencia en describir su llegada al poder como un triunfo del pueblo, cuando recordamos que, al sumar casi tres millones de votos menos que su adversaria, no debe su victoria al número total de sufragios cosechados sino al sistema electoral en vigor. O cuando recordamos que su tasa de aprobación es la más baja que se haya registrado entre todos los presidentes estadounidenses al momento de su toma de posesión. O cuando recordamos que al mismo tiempo que pronunciaba estas palabras, numerosas manifestaciones estaban teniendo lugar para expresar su rechazo hacia lo que él representa.

No resulta menos cínica su denuncia el enriquecimiento de políticos en Washington, en un contexto en el que la combinación de sus funciones como presidente y como dueño de un imperio de bienes raíces despiertan legítimos temores de un gigantesco conflicto de intereses. La reciente transmisión oficial de sus títulos de propiedad a sus hijos y la promesa verbal de que no evocarán temas de negocios entre sí poco hicieron para apaciguar estos temores.

Para terminar, si bien el sistema globalizado actual merece ser criticado, no deja de sorprender que este cuestionamiento provenga de un (¿ex?) hombre de negocios que se ha considerablemente beneficiado personalmente de este fenómeno, y que ahora encabeza el país que, a lo largo de las pasadas décadas, se ha esforzado por fomentarlo.

A contracorriente del rol de primer plano que ha ido ejerciendo Estados Unidos en el plano internacional, Trump anuncia una postura de repliegue sobre el interés nacional. Es motivo de preocupación el que presente como eje rector de su política tanto interior como exterior un concepto tan vago y pobremente definido. Si bien es cierto que el enfoque de los Estados sobre el interés nacional no es cosa nueva, es preocupante que la postura presidencial pase por alto la existencia de intereses comunes entre los integrantes de la comunidad internacional, con la única excepción de la lucha antiterrorista. Entre incertidumbre y repliegue nacional, la cooperación internacional tiene sombrías perspectivas por delante.

* Internacionalista en el Tecnológico de Monterrey en Puebla

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