26 de Febrero de 2017 |
Trump padece de un severo déficit de legitimidad. Las encuestas de opinión, las manifestaciones, los artículos de prensa, las decisiones de justicia y las declaraciones de congresistas de ambos partidos así como de líderes de otros países dibujan un patrón ineludible: si su palabra favorita parece ser "desastre", es porque sabe de qué está hablando. Expertos en psiquiatría se expresan en medios de comunicación de gran difusión para proponer una explicación médica a su actuar tan errático. Hasta integrantes de su propio gabinete hacen declaraciones que muchas veces van a contracorriente de los anuncios presidenciales: por ahora, los miembros del gobierno no se limitan a seguir las grandes orientaciones definidas en el Despacho Oval, sino que tienden a buscar una vía alterna que sí tenga sentido, procurando fingir estar en sintonía con los mandamientos provenientes de arriba. En días pasados, Pence en Europa y el dueto Kelly-Tillerson en México nos ofrecieron una perfecta demostración de este ejercicio de equilibrismo: nos guste o no su contenido, por lo menos sus declaraciones no están de plano desconectadas del sentido común. Al mismo tiempo, su jefe desde Washington sigue generando un remolino de incoherencias y promesas categóricas que cada vez menos gente toma en serio. Nos acercamos gradualmente al punto a partir del que cualquier anuncio por parte el primer mandatario tendrá el mismo valor que un meme que circula en la red: es caricaturesco y sorprendente, da material para la conversación pero no genera cambio alguno. Ahora la tendencia es que prestamos más atención a lo que dicen los subordinados de Trump para saber cuál es el rumbo que pretende seguir el país. Si bien esta relativa neutralización de la función presidencial es buena noticia en este caso preciso, no puede ser vista como otra cosa que un mal menor: primero porque esta situación atípica no deja de generar incertidumbre, por el poder que sigue teniendo Trump en virtud de la Constitución. Segundo porque las personas que ha designado dentro de su gabinete de por sí tienen perfiles preocupantes: solamente la comparación con el mismo presidente les da una apariencia más presentable. Tercero, porque no es deseable que un gobierno esté desprovisto de una autoridad que dé rumbo y coherencia a las acciones de las partes que lo conforman. Sin embargo, existe una amenaza todavía peor: al ver su autoridad pisoteada y sus ideas denigradas o ignoradas, Trump necesita cada vez más demostrar, tanto a sus opositores como a los desilusionados, que está él en lo correcto. Frente a las grandes dificultades que está experimentando para materializar sus proyectos en nombre de la seguridad nacional, ya recurrió repetidamente a lo que mejor hace: pintar la realidad que le conviene. Entre otros medios, lo hizo inventando actos terroristas que nunca sucedieron con tal de justificar la supuesta apremiante necesidad de implementar medidas extremistas. Su consejera Kellyanne Conway, famosa por acuñar el concepto de "hechos alternativos", había abierto el camino al evocar una masacre ocurrida en Bowling Green en 2011, que nunca tuvo lugar. Posteriormente, los servicios de la presidencia publicaron una lista de 78 atentados que, según ellos, no recibieron la atención merecida por parte de los medios de comunicación: el documento mezclaba sucesos que ya habían sido abundantemente comentados (como en París, Niza y Berlín) y otros que, si bien eran violentos, no tenían ninguna dimensión terrorista. La semana pasada, en un discurso Trump hizo referencia a un grave incidente ocurrido un día antes en Suecia, pero que solamente había pasado en su mente. En pocas palabras, Trump y sus más cercanos colaboradores consideran necesario que exista una percepción de amenaza a la seguridad nacional, con el fin de justificar sus planteamientos y rescatar una legitimidad en picada. Supongamos ahora que en el futuro próximo se cometa un ataque terrorista en Estados Unidos o en uno de estos Estados europeos al que el presidente acusa de recibir a demasiados migrantes: ¿será para la Casa Blanca motivo de lamento por las pérdidas sufridas, o de regocijo por tener ahora un argumento más tangible que manejar para defender uno u otro de sus decretos? Es más: ¿se puede confiar en su compromiso por la seguridad de la gente viviendo en Estados Unidos, si lo que parece desear es tener a la mano ejemplos sangrientos que pueda utilizar como conveniente respaldo para sus medidas liberticidas y de rechazo hacia ciertas categorías de personas? *Profesor de tiempo completo del Tecnológico de Monterrey en Puebla, en la carrera de Relaciones Internacionalesbmichalon@itesm.mx |