Rastreando Sonoridades

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Diana Gómez


Marzo 05, 2017

El acta de nacimiento de Ángel Agustín María Carlos Fausto Mariano Alfonso del Sagrado Corazón de Jesús Lara y Aguirre del Pino, mejor conocido como Agustín Lara, indica que nació en Tlacotalpan, Veracruz, aunque la verdadera historia nos transporta hasta Tlatlauquitepec, Puebla, donde los lugareños sostienen que ese fue su verdadero lugar de origen.

En realidad, la historia de Lara y sus múltiples mitos jamás cesarán en un lugar como México. Fue una figura referente para la música, la cultura y la sociedad.

Esta columna es parte de un extracto de una investigación que hice en años anteriores, donde la forma en cómo se comportaban las féminas y su relación machista se enlaza con las bellas melodías que creó un hombre tan relevante como lo fue Agustín Lara.

Lejos de ese romance exquisito que perpetró Lara en sus piezas, está la parte oscura que lo complementó durante décadas, la de las mujeres. Pero no las féminas libres, que parecía retratar en su música, sino las vulnerables, las que obedecían a un hombre egocéntrico y a veces sumamente tirano, y que paradójicamente terminaron siendo musas en el siglo pasado.

Evidentemente, Agustín era machista y misógino, sabemos que leer esto en tiempos de feminismo retumba el piso diez veces. Lo que sí podemos comprender ahora es cómo este autor recurrió a la agresividad y al dolor para encontrar el amor, y cómo curiosamente se convirtió en un reinventor de la mujer en ese tiempo.

En 1928, Agustín formaba parte de los personajes que inaugurarían la radio en México con la XEW, a partir de ese año, Lara sería escuchado en cualquier hogar de México. Cada ama de casa sentía la sensualidad, el erotismo, el amor sin culpa y la poesía modernista desde sus aparatos. Todo se trataba de imaginación y también de una revolución sexual aparentemente feminista.

Ante el potencial de este medio, Emilio Azcárraga llegó a mencionar que tanto Lara como él, se habían encargado de educar a las nuevas mujeres, quienes desde su casa escuchaban la voz cercana de Agustín, hablándoles no sólo del amor más fiel, sino también del amor libre, el que incluía a las prostitutas.

Su modus operandi comenzaba con la selección; siempre elegía a adolescentes de 17 años, llenas de miedos, de tristezas, inteligentes pero lo suficientemente jóvenes como para dejarse instruir por un maestro nada agraciado físicamente.

De acuerdo a sus exparejas, este hombre se encargaba de enseñarles a comer, a tomar un vino y a amar. Todas ellas recibían regalos estrafalarios como automóviles, desayunos, caballos, casas y un cuarto lleno de rosas. Pero los regalos más grandes eran sus canciones.

Esta fabulosa parte artística se encontraba en la intimidad, ya fuera en un burdel o en la casa de María Felix, Agustín Lara usaba su piano para amar: besaba, desvestía, inhalaba cocaína y componía canciones para sus amantes. Repetía.

La primera a la que recurrimos para hablar de este autor será siempre María Felix; sin embargo, se trató de la relación menos relevante, si es que abordamos sus extraños amoríos. Haciendo un paréntesis en esta mujer aparentemente recia, hallamos que su fuerza era diminuta, pues estuvo en los contratos publicitarios que Agustín dictó y en varias ocasiones se hincó ante él.

Ahondando en sus amores enfermizos se encuentran Angelina Brusqueta y Raquel Díaz, quienes fueron amenazadas con arma de fuego por parte de Lara ante un aborto y un rompimiento. Lo más curioso y extenuante de estas historias es que ninguna de las dos cortó la relación de tajo porque él les enseñó que de eso se trataba un amor apasionado; de maltratarse y apegarse sobre todas las cosas.

Pero el caso incestuoso llega con Rocío Durán, quien se convirtió en la hija adoptiva, la amante, la esposa y la madre. Llegó a casa de Lara con su tía a los ocho meses de edad y a los cinco fue adoptada por María Felix y Agustín, años más tarde se reencontraría con el autor de Granada y se casarían. Ella fue la única persona que lo vio morir.

 Al final las mujeres para Lara eran un equipamiento más para cumplir el ritual de hacer música y para cubrir sus cicatrices que involucraban su complejo de Edipo y su obsesión por encontrar el amor, que sobrepasaba el respeto y que poco tenía que ver con las grandes letras que incluía en sus canciones.

@dianaegomez

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