Guerras distractoras para la nueva imposición

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Martín CORONA


Marzo 23, 2017

Mientras va cambiando la idea de sociedad, mientras poco a poco la gente se va desencantando de sus gobiernos y gobernantes en todo el mundo, mientras la televisión unívoca pasa a segundo plano gracias a las opciones de las redes sociales y el internet, mientras la cultura, las artes y la ciencia sufren más recortes que en toda su historia y la gente trata inútilmente de hacer que el orden en que el creció siga imperando, se libra una batalla absurda, pero desgasta y cansa.

Más allá de los trend topics o trenes de mame el elemento del género es un nuevo campo de batalla en el cual se librarán guerras fatuas que sólo servirán como distractores para que los verdaderos cambios queden claros e inamovibles.

Antes que cualquier cosa, plantearé mi postura: como Humanidad no somos hombres o mujeres, somos un grupo social de animales que requieren unos de otros para sobrevivir sobre el planeta.

Las diferencias sociales e ideológicas que puedan tener hombres con mujeres han sido siempre debidas a ideas del poder de cada cultura y sociedad, es decir que ninguna de esas ideas que marcan "diferencias" son inherentes a nuestros ser como hombres o mujeres, sino a la cultura en la cual crecemos y nos desarrollamos.

En este momento de la historia, en el cambio de eje de pensamiento por el que transitamos, podemos ver con cierta molestia e incredulidad los extremos absurdos en los que llegamos a caer como cultura en una lucha absurda por reiterar las diferencias entre hombres y mujeres. Al grado de que un "piropo" que era visto apenas hace unos años como lo más "normal", "común" y hasta "grato" se ha vuelto una forma de lastimar y molestar al Otro (en este caso a la otra).

La nota de la reportera que denunció como acoso el "guapa" de un taxista en la calle se volvió un fenómeno no sólo en redes, sino en los cotos de charla de muchos sitios. Y cómo no, si hasta hace poco era permitido, aceptado e incluso bien visto que los hombres dijeran cosas a las mujeres en la calle, agradables o no. Pero siempre sin su consentimiento, de manera que la mujer quedaba como la depositaria de halagos coqueteos y hasta rechazos de manera sistemática. Recuerdo algunos compañeros de trabajo que usaban su hora de comida para salir a "ver muchachas" y decirles cosas que iban desde un "shhhh" hasta un "mi reina".

En ese momento me parecía desagrable, pero nada más. Sin embargo, años después caminando traquilo en las calles de Buenos Aires, un policía me gritó en la cara: "negro". No supe qué hacer, voltee a preguntarle si todo iba bien. Me respondió que sí, sin inmutarse.

Y no, no me gustó que sin conocerme, sin motivo alguno me llamase "negro", no porque me ofenda, no me molesta ser moreno y de rasgos indígenas; pero sí es molesto que alguien en la calle se sienta con el poder de decirte cualquier cosa sólo porque puede. Y en ningún sentido queda lindo quedarse callado y permitirlo. Si en el pasado ocurrió no es cosa del presente.

En tanto, seguro que las prácticas entre sexo más comunes irán cambiando, ojalá así sea y nunca más la esclavitud sea una opción, que el abuso sistemático hacia cualquier persona pare. Creo que esta batalla se va ganando de a poco.

Sin embargo, en tanto va cambiando y la guerra "de sexos" toma su propio curso, la Banca Mundial se posiciona como el nuevo Vaticano. La gente ahora puede hablar libremente de todo tema, se normaliza la violencia y cambia la moral social a un ritmo muy rápido, todo ello siempre y cuando la gente pague sus deudas. Y entonces el paraíso y el cielo parece ser sólo mediante un par de millones de dólares.

Los gobiernos se van endeudando cada vez más, la gran avaricia es el nuevo credo del poderoso en cualquier espacio. Mientras la idea de progreso es sólo la de mayor inversión económica, la mejoría sólo puede ser económica en este contexto.

Mientras como pequeños bichos peleamos unos contra otros, el verdadero poder va adueñándose de nuestra energía y tiempo de vida cada vez con mayor fuerza. Para cerrar, apelo entonces a darnos cuenta que la riña entre mujeres y hombres es absurda, ya que sólo compete a un sentido social, al imaginario con el que fuimos formados, en cambio el imperio del dinero sobre nuestra vida nos convierte en cotidianos esclavos de la ambición, en pequeños bloques de un muro que se sostiene a sí mismo con el dinero como eje.

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