26 de Marzo de 2017

Hace precisamente 60 años los representantes de seis países europeos firmaron en Roma dos tratados que representarían un paso clave en la conformación de la futura Unión Europea.

Ayer, los líderes de 28 naciones del Viejo Continente se reunieron de nuevo en la capital italiana para celebrar el aniversario de un proyecto que hasta la fecha no tiene equivalente en el mundo y que ha contribuido a transformar en un área estable y próspero una región antes marcada por las rivalidades y la repetición de los estallidos bélicos.

Si bien la distancia histórica da motivos para reconocer los valiosos aportes de la Unión Europea, la actualidad reciente -es decir, de los últimos años para adelante- actúa como un poderoso aguafiestas de cara a este aniversario.

La crisis desatada en 2008 exacerbó las debilidades estructurales de ciertos de los miembros de la zona Euro, y reveló la fragilidad del edificio económico construido por el bloque, así como serios defectos en su diseño fundamental.

Un poco más tarde, la llegada masiva de refugiados provenientes de países de Medio Oriente demostró tanto la incapacidad de la UE para responder de manera ágil y decisiva frente a un reto humanitario de grandes dimensiones como el carácter artificial o ilusorio de los "valores" que debían representar los cimientos de la alianza.

Adicionalmente, la multiplicación de los atentados terroristas en suelo europeo, muchas veces cometidos por nacionales radicalizados, difumina la imagen de Europa occidental como una tierra donde la seguridad personal se da por sentada al mismo tiempo que pone en peligro su modelo de integración de los inmigrantes y de sus descendientes.

Como si este panorama no fuera lo suficientemente desalentador, la ya debilitada Unión Europea encara otro peligro existencial: decidido por referéndum en junio pasado, el famoso Brexit ya está en puerta.

Hace pocos días, después de completar un proceso interno que resultó todavía más estorboso de lo planeado, la primera ministra británica Theresa May anunció que el 29 de marzo entregaría la carta en la que expresará de manera formal la solicitud de salida de su país.

Por lo menos, se puede apreciar la delicadeza del gesto: este paso se postergó por unos días, con tal de evitar que coincidiera con la ya mencionada conmemoración del acto fundador de la UE.

Resulta difícil ignorar la ironía del timing: mientras que las fechas simbólicas sirven usualmente para celebrar los logros y encontrar un ímpetu renovado para ir para adelante, la Unión Europea aborda esta coyuntura con la perspectiva poco entusiasta de dar inicio a un procedimiento inédito de divorcio con uno de sus miembros.

El camino pinta para largo: el famoso "artículo 50" fija un tiempo máximo de dos años para definir los contornos de la nueva relación entre la UE y el Reino Unido. Sin embargo, por la complejidad y la sensibilidad de lo que está en juego, no se puede descartar que se haga uso de la posibilidad de extender este plazo por decisión unánime de los Estados.

Las negociaciones serán ásperas. Por un lado, Londres necesita un trato que le permita distanciarse del bloque europeo pero tampoco puede romper de tajo con sus socios europeos: si bien nunca ha sido profundamente convencida de los méritos del proyecto europeo, varias décadas pasadas dentro del "club" han tejido una compleja interdependencia de la que será difícil desenmarañarse.

Por otro lado, a la Unión Europea le conviene mantener una relación mutuamente benéfica con quien seguirá siendo su vecino, al mismo tiempo que tiene que dejar en claro que abandonar el grupo trae más complicaciones que ventajas, so pena de ver a otros de sus miembros seguir el mismo camino.

A estas alturas, resulta difícil prever el desenlace final de este largo proceso. Una sola cosa está segura: el esfuerzo que movilizará desviará la atención y las energías de otros temas de mayor relevancia, en un contexto en el que la UE más que nunca necesita demostrar su valor agregado a poblaciones cada vez más euroescépticas y vulnerables ante los discursos populistas.

* Internacionalista en el Tecnológico de Monterrey en Puebla