Trump y sus epígonos en el mundo o de cómo tergiversar la religión

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El pensamiento del Trump que indigna y atemoriza a los gobiernos y a la gente de a pie; y que se ha apropiado de las primeras planas,responde a una concepción religiosa puritana que postula la superioridad de los blancos sobre otras razas, una creencia que profesa un amplísimo segmento -¿la mitad al menos?- de la población de Estados Unidos.

Este racismo que se nutre de la religión no es exclusivo de Trump, sus asesores y los millones de sus compatriotas que lo apoyan. Se da en países y comunidades de todos los continentes y es conducido habitualmente por un líder, político o espiritual. Con la particularidad de que hoy no pocos líderes xenófobos elogian al presidente estadounidense y buscan su aval; aunque otros lo enfrentan desde encontrados fundamentalismos religiosos.

Entre éstos últimos se encuentran los fundamentalistas de Daech–el Estado Islámico- que tergiversan el Corán para justificar su cruzada asesina contra los "infieles" de Occidente y los "falsos musulmanes"; y aunque sonaría descabellado comparar a Trump con Abu Bakr al-Bagdadi, líder de Daech, me pregunto qué tan lejos de al-Bagdadi está el siniestro integrista Steve Bannon. Y todavía más: ¿cómo se comportaría el mandatario si no se encontrara limitado por leyes, poderes constitucionales, la prensa y medios y la opinión pública de la democracia estadounidense?

Este racismo pretendidamente fundado en la religión existe también en comunidades judías, en Israel y en el extranjero, que falsifican la religión de Abraham y dan una imagen errónea e injusta del pueblo judío. Por cierto, hablando de la región, el expresidente iraní, Mahmud Ahmadinejad, un anti semita que ha negado el Holocausto, ha expresado su apoyo a Trump por haber descrito "honestamente…el corrupto sistema político estadounidense…que ha esclavizado al pueblo en provecho de una minoría".Y más lejos en Asia, encontramos por doquier violencia xenófoba, como la que sufre un millón 300 mil musulmanes rohingyas de Birmania a los que las autoridades niegan el derecho a la nacionalidad, y son asediados e incluso asesinados por seguidores de la cofradía budista Ma Ba Tha.

Más cerca, en Europa Occidental los líderes eurófobos –Nigel Farage, Marine Le Pen y Geert Wilders, por citar a los más visibles-celebran, siguen a Trump y aspiran a su bendición. Ellos también sustentan sus planteamientos en los "valores del Occidente Cristiano" y rechazan a inmigrantes y residentes de otras creencias, a menudo en términos violentos, como las declaraciones del holandés Wilders –que encabeza las preferencias en las elecciones presidenciales del 15 de marzo- quien declaró en la campaña: "hay demasiada chusma marroquí en nuestra tierra".

Y para regresar a Trump y a los millones de estadounidenses -los WASP- que quieren un país de blancos, deseo insistir en que detrás de las afirmaciones gratuitas para justificar ese país irreal, diciendo que los no blancos quitan empleos, son delincuentes y narcotraficantes, está una suerte de integrismo que con pretendidas bases teológicas viene desde la evangelización puritana que consideró a los indios –vale decir hoy, a los mexicanos- seres diabólicos, irredentos a los que debía exterminarse: Delendisuntindi.

Hoy no es realista hablar de exterminio pero el integrismo religioso está en el ADN de estos blancos, que desprecian a los no blancos, por el color, por el idioma, por las costumbres, por la cultura que los WASP´s en su ignorancia, consideran que no es su cultura. Racismo que no es solo de Trump y de ahora, sino que ha estado patente en toda la historia de las relaciones de México –por no remontarnos a la Nueva España- con Estados Unidos.Esta tormentosa relación, que provocó el despojo de más de la mitad del territorio mexicano –Texas, 1836 y la guerra de 1847- la invasión de Veracruz en 1914 y la expedición "punitiva" de Pershingen 1916-1917, tuvo siempre su componente racista.

Este racismo religioso produjo más recientemente los greaser films mostrando a los mexicanos como villanos que alteraban el orden social de los blancos; y hoy tiene a sus evangelistas apocalípticos como Bannon, a sus teóricos que desde la universidad postulan el racismo, como Jared Taylor y Samuel P. Huntington, ya los grupos de supremacistas blancos, por ejemplo, los White Roughnecks (matones blancos). Las bestias negras para todos ellos son los mexicanos, los centroamericanos y los caribeños.

¿La situación descrita respecto a nuestro país debería recordarnos la frase, que unos atribuyen a Porfirio Díaz: "pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos" y despedirnos de América del Norte? Definitivamente no porque la geografía, la demografía y los vínculos económicos nos unen inexorablemente, fatalmente, a los Estados Unidos, como una parte de Norteamérica; y ese nuestro vecinoestá igualmente –a pesar de Trump y de los supremacistas blancos- unido y por muchos conceptos dependiente de nosotros. Ello sin perjuicio del alma y de la solidaridad latinoamericanas de México y del imperativo e interés de diversificar nuestras relaciones económicas y nuestros mercados; y de la vocación de potencia regional –y global- del país.

Profesor de Cátedra del Tecnológico de Monterrey en Puebla

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