Misiles, muros…México

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Mario DE VALDIVIA


Abril 08, 2017

Cincuenta misiles "Tomahawk" proyectados contra un aeródromo de Siria cuestan casi 27 millones de dólares. Operar los buques de guerra que los transportan y disparan cuesta bastante más que eso, dado el alto grado tecnológico requerido y la alta capacitación de los artilleros, por llamar así a las jóvenes que desde un tablero y pantalla de computadora localizan blancos y con un simple "intro" activan la carga mortal sin fallar.

Todavía en la Segunda Guerra Mundial, operar un cañón de 80 mm. requería la maniobra de 10 artilleros, todos hombres fuertes y rudos. Hoy, en la balística moderna un niño puede activar letales proyectiles contra objetivos militares o civiles. Son las formas modernas de matar que superan ya a las complicadas matanzas raciales en los campos nazis de exterminio, o las grandes flotas de bombarderos "Liberator" que se destinaron a destruir ciudades y pueblos en Alemania, incluyendo Dresde, la ciudad hasta entonces más bonita de Europa, imposible de reconstruir como sí se pudo en Montecasino, el antiguo monasterio benedictino destruido por la furia de los aliados angloamericanos. Ya no mencionemos al "Enola Gay" soltando bombas atómicas en Hiroshima o Nagasaki, sólo para demostrar con el tiempo que los nipones se crecen al castigo e hicieron de sus ciudades víctimas, modelo de transformación futurista.

Donald Trump, durante una cena con el presidente Chino Xi Jinping, hace pocos días, decidió girar una sencilla instrucción que no le costaba ni firmar una orden ejecutiva (su arma favorita), ni escribir sus acostumbrados 140 caracteres en tuit (su amenaza favorita), para que se activara el sistema de defensa (¿o de ofensa?) en el Pentágono o en la Navy. Los arsenales americanos están bien surtidos, los buques de guerra cuentan con naves nodriza que les van abasteciendo de instrumentos de destrucción según van usando éstos preferentemente en el Mar Mediterráneo, el viejo Mare Nostrum de los romanos, del cual también los gringos se sienten ya dueños porque si de imperios se trata, hay que imitar a la grandiosa Roma que guerreaba, civilizaba y construía, aunque los yanquis ni civilizan ni construyen, ¡Ah, pero como destruyen!

Rusos y americanos, metidos en una guerra civil de inmensa crueldad y odio religioso, se han enfrascado en una pugna tal vez simulada: Putin y Trump han sido aliados especialmente en el ascenso de éste último a la presidencia de EE.UU. y hoy, en una guerra ajena, fingen diferencias pero sin descuidar la rentable actividad industrial que implica la producción de armamentos, transportes, municiones y demás equipamientos de alto costo, sin descuidar el entrenamiento de soldados y marinos de elevadísima capacitación y entrenados para no tener compasión y para matar sin piedad.

Los misiles ahí están; también los marines, los buques y el inmenso mar para desplazarse a gusto y jugar a la guerra. Es el desquite por las diferencias. Es una pretendida advertencia a una guerra que no podrán ganar: el terrorismo.

En cuanto a muros de frontera, la amenaza se va diluyendo: no es lo mismo apretar un botón de muerte, que construir, como la China antigua, una muralla milenaria. El plan de Trump, de bardear la línea con México se desmorona y no deja dividendos. Los asesores de seguridad ya le hablaron al oído: los terroristas no cruzan fronteras, éstos llegan en avión o se incuban adentro mismo, en las entrañas del monstruo que describió Martí. Los terroristas ya no ocupan bombas o petardos, se valen de simples camiones para arrasar y asesinar multitudes y no hay aparatos científicos que los puedan detectar.

La mente humana da para mucho más. Asesinar franceses, gringos, belgas, suecos o ingleses cuesta menos que destruir aeródromos y el valor es más alto. En suma, el clown de Pennsylvania Avenue empieza a recular y el Brexit de su Madre Patria es una patraña irremediable. Mientras, en México, jugamos a la democracia de salón y a la corrupción.¨

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