La nave sin brújula

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Mario DE VALDIVIA


Abril 23, 2017

El título de esta nota pareciera propio de aquellas novelas de ciencia ficticia que escribiera Julio Verne, si bien el gran autor francés sabía cómo hacer llegar sus imaginativas embarcaciones a tierra firme, conducidas por hábiles navegantes que con y sin brújula, hacían cruzar mares desconocidos a hombres como el capitán Nemo, un rebelde contra la sociedad y a la cual le declaró la guerra desde el Nautilus, portentoso submarino capaz de autoabastecerse y consumir sólo productos hoy llamados orgánicos.

Pero de ninguna manera se intenta imitar ni de lejos al formidable escritor que hizo a Phileas Fogg dar la vuelta al mundo en tres meses menos diez días, o a los astrónomos rivales que cazaron un meteoro, o las tribulaciones del chino.

No, lo que se intenta en estas burdas líneas es simplemente manifestar desacuerdos sociales, desencuentros entre el poder y la sociedad, desvelar (como dicen en España a develar) contradicciones y percibir cómo desde las esferas del dios Apolo en el Olimpo de Anáhuac, se tuerce la política (aunque para muchos de nosotros la misma política es la forma torcida de administrar bienes públicos) para mantener descompuesto el engranaje y correas transmisoras de esa maquinaria que deberían componer gobierno, partidos, poderes, empresarios, trabajadores y la sociedad toda, harta y saciada de ser objeto de burlas.

El ascenso al poder en México parece servir sólo para fines aviesos, siendo el principal de ellos la búsqueda irrefrenable del enriquecimiento ilícito. Es también, la forma y medida de encumbrarse para hacer de la persona en el poder un ídolo que parece de oro pero que sólo es de barro crudo con cubierta de oropel.

Las grandes instituciones jurídico-políticas del Estado mexicano son los tres poderes federales: ejecutivo, legislativo y judicial. Absorben presupuestos monstruosos e incalculables. Los dos primeros son los que, a la vista de todos, utilizan en su provecho las bondades y privilegios del gran poder burocrático para establecer un control desmesurado sobre el contribuyente, el viejo "causante" de impuestos y gravámenes que es precisamente quien sustenta y mantiene a la parasitaria clase política, porque los altos puestos de mando y los de legisladores son producto del voto general, cuya concurrencia a las urnas no sólo es pobre, sino manipulada con dádivas miserables producto también de la contribución del cautivo que paga impuestos.

Propaganda política descarada y desmesurada, dinero tirado al estercolero (pero que ni de abono fertilizar sirve), promesas que nadie cumple y nadie supervisa o fiscaliza en los hechos; encumbramiento de personajes obscuros, apoteosis mediática del presidente y de los gobernadores, exhibición y exhibicionismo de primeras damas dedicadas a la frivolidad y al consumismo, intentos de sucesión en dinastías familiares aspiracionales a realezas incompatibles con 60 millones de pobres, reveladores de los 500 millones de la Begún (novela también de Verne) que se embolsan a diario los corruptos.

Un poder judicial que estableció un nuevo "Sistema de Justicia Penal Acusatorio" que sólo sirve para exonerar delincuentes, burda imitación de los juicios verbales (que no orales) con que nos inocula la cinematografía holywoodense, parece estar al servicio del pillaje político y de la delincuencia.

Pero carecemos de ánimos para una resistencia civil y parece que los únicos reductos de rebeldía son el crimen organizado, los sindicatos y la economía informal, tres engendros invencibles que retan al Estado y triunfan sobre él.

Mientras, el presidente rinde una semana sí y otra también, homenajes recurrentes a las fuerzas armadas, como un sumo sacerdote que consume sacrificios al terrible dios de la guerra y de la sangre vertida en cientos de miles de muertes por la ineficacia de esas instituciones sostenidas con el dolor del pueblo mexicano. La imaginación de Julio Verne no daba para tanto, no imaginó a México y sus capitanes.

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