Bibliópata: Érase una vez (o feliz Día Internacional del Libro)

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Diana Isabel JARAMILLO


Abril 24, 2017

La historia del libro tiene, como todas las historias de la humanidad, sus episodios divertidos y tristes, trágicos y triunfantes, aunque decir "libro" y estos adjetivos, ya es en sí un pleonasmo.

Las primeras líneas se escribieron, en un inicio, por ese miedo a desaparecer. Dejar textos sobre las tablillas de arcilla hace seis millones de años fue un acto para vencer al tiempo y lograr permanecer en la memoria.

Guardar esos textos, almacenarlos, fue otra conducta radical a favor de la trascendencia (los motivos fueron muchos y muy diversos: políticos, administrativos y sociales): "Por el mero hecho de mirar esas tablillas mantenemos un recuerdo que se remonta a los comienzos de nuestra historia, conservamos una idea, aunque el hombre que la pensara ya no exista, y participamos en un acto de creación que seguirá vigente durante todo el tiempo en que las imágenes sean vistas, descifradas y leídas"[1].

En uno de esos parajes de la vida del libro se encuentra la de los hombres y mujeres que llevaron a cabo sendas acciones para poseer especiales acervos bibliográficos, algunos extensos, otros vistosos, los más costosos y, casi todos, llamativos.

El concentrar libros en un solo espacio no es pues una conducta de reciente edad. Nos recuerda el gran Alfonso Reyes[2] que ya en los tiempos imperiales se desarrolló una bibliomanía entre los hombres de poder: "Los nuevos ricos llenaban las paredes, acaso comprando libros por metros"; siendo objetos de burla por personajes como Séneca, que les decía que a pesar de sus posesiones en papel, sabían menos que sus sirvientes.

Por supuesto, epítome de esa concentración de libros fue la biblioteca de Alejandría, fundada por Tolomeo en el 300 aC Sus bases no solo fueron idealistas, también políticas: el objetivo era helenizar la zona del Nilo. Al grado de que, la literatura nativa, la egipcia, fue borrada de sus estantes.[3]

Lo curioso es que la actual y hermosísima biblioteca Alejandrina fundada apenas en este milenio, en honor a su antecesora, también tuvo como principal objetivo la integración y reparación de la autoestima de una sociedad muy lastimada por políticas y actos racistas, por la guerra y por la segregación.

En el siglo 15, tras la difusión de la imprenta de tipos móviles en Europa, y por lo tanto de la proliferación del mercado del libro, muchos nobles de las casas reales se volvieron bibliópatas, impulsados por la idea de que: quien poseía libros tenía autoridad cultural, prestigio y aspiración intelectual[4].

¿Quiénes, y qué actos humanistas (algunos), heroicos (muchos), ridículos (otros), consagraron sus vidas a lograr esos acervos bibliográficos? En la siguiente columnita, de ellos, nos acordamos; siempre en pos de, como nos decía Jorge Luis Borges, conservar la alegría.

*Doctorante en Literatura y expresión del español, por Universidad de Laval; profesora de la Ibero-Puebla

[1] Manguel, Alberto. Una historia de la lectura. España: Alianza Literaria, 2012.

[2] Reyes, Alfonso. Libros y libreros en la antigüedad. España: Fórcola. 2011. P. 74

[3] ídem. P. 69

[4] Macharmalo, Jesús. Tocar los libros. España: Fórcola, 2010. P. 43

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