07 de Mayo de 2017 |
Hace dos semanas, las urnas dieron su veredicto parcial en Francia: los dos candidatos que los sondeos anunciaban, con cautela, como los favoritos, ganaron su lugar para la segunda ronda: Emmanuel Macron, apoyado por el movimiento político ¡En Marcha! creado hace apenas un año, se llevó el primer lugar con un 24 por ciento de los votos mientras que Marine Le Pen, encabezando el partido Frente Nacional, fundado hace más de cuatro décadas por su padre, quedó en segundo lugar con poco más del 21 por ciento por ciento de los sufragios. Este resultado fue histórico, en la medida en que por primera vez en la historia política del país, ningún representante de uno de los dos partidos tradicionalmente dominantes alcanzó la segunda ronda. Este escenario se veía venir, pero ahora que se ha materializado deja muchas interrogantes acerca de la capacidad que tendrá el próximo jefe de Estado para gobernar el país, sin el respaldo de una poderosa máquina partidaria. La configuración de la segunda ronda, que tiene lugar hoy mismo, es un excelente revelador tanto de las ventajas como de las desventajas de un sistema electoral basado en dos rondas sucesivas. Del lado positivo, se puede resaltar que el ganador de los comicios contará necesariamente con más del 50 por ciento de los votos válidos, lo cual lo dotará de una legitimidad mayor, en comparación con un sistema con vuelta única, en la que el candidato que alcanza el primer lugar puede lograrlo con un muy estrecho margen porcentual (como ha pasado en México en 2006) o gracias a situaciones coyunturales (como por ejemplo una alta fragmentación entre diferentes candidatos que proponían una oferta electoral similar). Del lado negativo, la existencia de una segunda ronda "obliga" a los electores a pronunciarse a favor de un candidato que no era su opción favorita en primer lugar. En el caso preciso que estamos observando en Francia, los dos finalistas juntos obtuvieron un 45 por ciento de los sufragios, lo cual significa que el 55 por ciento restante no quería ni uno ni la otra pero tendrá que escoger a uno de los dos en la siguiente etapa. Se utilizaron comillas al verbo "obligar" más arriba porque en realidad existe una forma sencilla de evitar este dilema consistente en escoger entre dos opciones que no son de su agrado: abstenerse o anular su voto. En Francia, es lo que llamamos "ni-ni": no dar su voto ni a un candidato ni al otro(a), en señal de rechazo hacia ambos. Sin embargo, en las presentes elecciones, aquellos ciudadanos atraídos por el "ni-ni" están enfrentando un serio caso de conciencia, debido a las características de la candidata del Frente Nacional, cuyo programa hecho de demagogia, cerrazón, demagogia y explotación de los miedos de la gente pisotea los valores sobre los cuales Francia pretende descansar y plantea riesgos en temas tan cruciales como lo son la cohesión de la sociedad francesa, la economía nacional y las relaciones con otros países. Bajo estas circunstancias, no votar ni por Macron ni por Le Pen, ¿no sería equivalente a aceptar la eventualidad de una victoria de la segunda mencionada? Numerosos electores, sobre todo de izquierda, consideran que Le Pen en el Palacio del Eliseo sería una pesadilla pero no están dispuestos a votar por su adversario, debido a su posicionamiento demasiado liberal en materia económica. Repetido millones de veces, semejante razonamiento tiene el potencial para tener un gran peso sobre el resultado de las elecciones: si los seguidores de Le Pen votan con entusiasmo mientras que sus opositores prefieren abstenerse o anular su voto, la brecha existente entre los dos candidatos (cerca de 20 puntos a favor de Macron según encuestas) se podría cerrar de forma inquietante. Afortunadamente, al parecer las dos semanas que transcurrieron entre las dos vueltas fueron tiempo suficiente para reducir el alcance del fenómeno "ni-ni": existirá, pero de manera más marginal de lo que se temía en primer lugar. Abundaron los artículos de prensa, las publicaciones en redes sociales y las pláticas interpersonales para que numerosos "ni-ni" abrieran los ojos sobre el significado y las posibles consecuencias de un rechazo hacia ambos candidatos al mismo tiempo. El debate de dos horas y media que tuvo lugar el miércoles pasado, en el que Le Pen multiplicó los insultos y las mentiras, probablemente contribuyó a convencer a muchos electores que no era posible colocar a ambos candidatos en un mismo nivel de rechazo. No se puede cantar victoria demasiado temprano pero parece que el peligro del "ni-ni" ha sido descartado en Francia. Por lo menos esta vez. * Profesor de tiempo completo del Tecnológico de Monterrey en Puebla, en la carrera de Relaciones Internacionalesbmichalon@itesm.mx |