Leer, Amar

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Cómo deseaba él hablar, dejar de leer y decir: te amo

Pascal Quignard, Le lecteur

Existe el amor a primera vista: lo ves, lo sientes, quieres tocarlo y olerlo; escuchar su voz. Pero no es exclusivo de los romeos y julietas. Está el amor del niño a su madre que le lee cuentos mientras lo arropa; el de las amigas que han crecido juntas; el que se prodiga a los animales, a las plantas. Amor, también, se siente por los libros. El cerebro, nuestro órgano más sexual, reacciona igual al cautivarse por una historia que por una persona.

Se asegura que Dios nos creó como "un libro, el cual consta de ánima racional […] y un cuerpo galán, hermoso y apacible": el hombre es un libro. Es así que de la relación del lector con la lectura es posible que surja el amor que no se pueda reducir a una suma de palabras o de ideas pero que se acepta tan romántico como para llegar al final del arcoiris.

Estas ideas del lector como sujeto amoroso (R. Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso) que añora, sufre, cela, también las comparte Pascal Quignard en El lector. Para él, el proceso de lectura es similar al de los amantes que se devoran y que al terminar el acto amoroso: zozobran. Viven la vida a través del otro, si el amante sufre, su pareja lo hace con la misma intensidad (mimesis), si el protagonista se angustia, el lector siente, catárticamente, una ansiedad parecida pero, decía Aristóteles, menos emocional, lo que nos permite tomar decisiones -un poco más- racionales: no aventarnos a las vías del tren, como Ana Karenina.

En la historia del libro, están los hombres y mujeres que se enamoraron de las historias en papel y que cuentan la propia, su autobiografía, a partir de su relación con las hojas impresas (Ricardo Piglia nos da detalles de esta correspondencia en El último lector). La mayoría, quizás, también pertenece a la cepa de los escritores, sin embargo, es bueno subrayar, no llegaron a serlo sin antes ser apasionados lectores.

Cuando se lee, se decodifica el sistema de signos por medio de una cadena de neuronas que elaboran la información en el cerebro, a la cual se añaden emociones, sensaciones corporales, intuición y conocimiento, alma. El acto de la lectura es un proceso sumamente complicado en el que intervienen los significados aprendidos, las convenciones sociales, las lecturas anteriores, las experiencias y los gustos personales.

¿No pasa lo mismo cuando nos enamoramos? Mi primer amor desfilaba entre un quinteto de ejemplares de lomos todavía muy angostos, uno tenía papel de mediana calidad, el segundo, una bella tipografía en sus interiores, otro no tenía título porque no sabía todavía cómo presentarse; el cuarto era un plagio de frases baratas de un grupo mediocre de rock urbano que tenía un nombre de alimento bíblico, pero el quinto, con los nervios muy bien marcados, el título en dorado, la portada con un modesto gofrado: brillaba.

Su prólogo, corto, pero contundente, nos introdujo a una historia digna de Tolstoi, por el drama, los celos y la pasión. Aparte de la buena cubierta que ese volumen tenía, me regaló una noveleta de no fácil adquisición que leí y releí hasta que me supe de memoria varias líneas: Diatriba de amor contra un hombre sentado (Gabriel García Márquez). Sobra decir que el resto fue historia (trágica) y está de más apuntar que desde entonces comprendí que amar es leer y no está exento de sufrir.

*Directora de la Biblioteca Palafoxiana

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