México, pueblo de fantasmas y mártires

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Martín CORONA


Mayo 18, 2017

Leí a Juan Rulfo en la universidad, obligado por los maestros. Nunca me fascinaron sus atmósferas pueblerinas, porque vivía en un pueblo y mis abuelas eran idénticas a sus personajes. Tampoco encontré en aquel momento fascinación por su mundo de muertos.

Ahora la cosa cambió, leo cómo escritores que admiro lo han convertido en una escuela, en una leyenda, en un canon a seguir. Sin embargo, sigo admirando más a Arreola y me divierte más leer autores que hablan de cosas lejanas y que tocan mi alma cada que sacan un libro nuevo. No me interesa cambiar mi visión sobre ciertas cosas para quedar bien con una institución que no me da de comer.

Escritores de todo tipo se deshacen por hablar acerca de Rulfo en las redes, Secretaría de Cultura ha dictado que hay año de celebración y todos los exbecarios, funcionarios, aspirantes y demás se ciñen a quien distribuye el dinero y mencionan a Juan Rulfo.

Es lógico, en México ser escritor, ser artista sólo pasa por un filtro: la institución. En este país no hay escritores que vivan de las ventas de sus libros, no hay artistas cuyo trabajo influya en la sociedad directamente, sin mediación de un CONACULTA, una Fundación o una Secretaría de Cultura, sea local o estatal. Y todo deriva en lo mismo: un canon único. El mismo camino que llevará al mismo sitio.

No nos extraña entonces leer libros aburridísimos una y otra vez con nuevos autores, mismos ritos en presentaciones, mismas estructuras sociales tratando de repetirse para perpetuarse. Los escritores de hoy fuimos formados por los alumnos de los maestros muertos que fueron formados a su vez por los ya clásicos, creando una genealogía alejada de la sociedad, entrópica, cuyo único objetivo es servirse a sí misma.

Y en este contexto dependiente del dinero del estado, la literatura no va hacia ningún lado. Cada vez se imprime menor cantidad de libros de autores mexicanos, cada vez menos escritores en México hablan de los conflictos y la visión actual del propio país, es más los "autores mexicanos" viven en España, Francia o Inglaterra. Y a nadie le interesa realmente su comunidad, porque no son parte de ella; sólo son parte de la micro comunidad de "artistas" cuya única finalidad es ser más artistas.

En este contexto surgió un fenómeno social sin precedentes en el mundo: la narco cultura. Una nueva manera de ver la realidad, un cuerpo de ideas y valores que inundó a la sociedad mexicana y la literatura, en poquísimos años, se llenó del tema. Cientos de novelas, miles de crónicas, relatos, investigaciones y hasta uno que otro intento de poesía llenaron los anaqueles de las librerías.

Recuerdo que en el año 2000 para hacer un ensayo sobre La virgen de los Sicarios tuve que recurrir a un par de libros colombianos, como algo exótico y lejano. Mientras que ahora librerías, botaderos, saldos, periódicos y toda clase de medio impreso tiene que ver de algún modo con el narcotráfico.

Y no es gratuito, todo lo contrario. El narcotráfico genera mucho dinero, muchísimo más siendo un país dedicado al trasiego, la venta, la producción y hasta la materia prima, la realidad social fue tocada por ello de manera irreversible.

En ese contexto surgen figuras de la novela policiaca, nuevas tramas llenas de asesinatos, sangre, violencia y horrores de tortura. A tal grado que llegan a las pantallas en formato de cine, series y hasta telenovelas. Cierto que la literatura no puede dejar de dar cuenta de su sociedad y su cultura es por ello que de pronto todo se plagó del tema, porque la ilegalidad en nuestro país está en todas partes.

La muerte de periodistas da cuenta de esto, de cómo a cierta mafia no le viene bien que se divulgue cierta información o simplemente dar castigos ejemplares a figuras públicas que tengan o no respaldo de otras mafias. Lo cierto es que en esta vorágine de violencia la literatura ha creado un género nuevo, doloroso y fuerte, con todos sus astutos vericuetos, mezclando la tradición con la violencia, la escritura con el consumo de drogas, las pistolas con las computadoras.

Y la muerte como final, nuevos mártires que le duelen a una sociedad que cambió sin darse cuenta. Entonces pareciera que la única manera de escapar de la existencia fantasmal es convertirse en mártir, dejar que las balas hagan el trabajo y llenar de sangre otro día la prensa, las redes y los noticieros.

Rulfo plasmó un pueblo de fantasmas, seres que repetían su condena sin parar. Creo que ese es el retrato que puedo aplicar ahora de Comala, un pueblo de fantasmas que repiten el canon, que escriben sobre aquello que parece importante sin detenerse a reflexionar si hay alguna posibilidad de salir del castigo, que una y otra vez retoman las mismas estructuras, las mismas instituciones, becas y apoyos creyendo que viven, que respiran cuando, en realidad, sólo viven atrapados en un viejísimo pueblo de fantasmas.

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