Prólogo al benévolo lector

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Que lance la primera piedra quien se saltó el prólogo de alguno de los libros que leyó. Si de algo tiene fama el proemio, el preámbulo de la lectura, el umbral, es de ser aburrido y totalmente prescindible. Pero éste también tiene una historia por demás interesante que no dejan entrever, como una ventana, más de lo que el autor del libro hubiera querido.

Rápido, para no fastidiar en la antesala. El prólogo tiene su origen en los exordios que preparaban el ánimo del auditorio que acudía a ver las tragedias grecolatinas. Durante los siglos 16 y 17, escribir estos pórticos se volvió un arte, al grado de tener escritores exclusivamente prologuistas.

Un género que lo permite todo, el prologuístico, tiene sus crestas en la historia de la literatura, sus exponentes, defensores y detractores. A continuación, algunos destellos que hacen delicioso el estudio de estos ensayos, notas y hasta poemas que buscan atrapar al lector, aunque no siempre, para que siga leyendo el resto del libro:

El más comentado, el prólogo que el propio Miguel de Cervantes hiciera a su obra El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, como una suerte de disculpa previa y anhelo infundado: "Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera este libro, como hijo del entedimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido […]".

Venerada en la literatura universal, es Sor Juana Inés de la Cruz, con su consabido talento del que no debía hacer gala, en la recopilación de sus poemas en 1698, en el Tomo I, escribía este desalentador preliminar: Estos versos, lector mío/ que a tu deleite consagro/ y sólo tienen de buenos/ conocer yo que son malos/ ni disputártelos quiero/ ni quiero recomendarlos […]

Está también Groucho Marx, que haciendo ya gala de su ironía y crítica social, en el prólogo a Memorias de un amante sarnoso, se disculpa con antelación por el proyecto a medio cocer que ha publicado: "Escribí este libro durante las largas horas de espera en que mi mujer se vestía para salir. Y si nunca se hubiera vestido, nunca lo habría escrito".

El marqués de Sade en La filosofía en el tocador, burlonamente nos advertía que el libro se ofrecía a los "voluptuosos de todas las edades y todos los sexos", "mujeres lúbricas", "muchachas contenidas demasiado tiempo por las ligaduras absurdas y peligrosas de una virtud quimérica". El libro se convidaba a los "amantes libertinos, que desde vuestra juventud ya no tenéis más freno que vuestros deseos ni más ley que vuestro caprichos".

Son muchas las perlas de este mar de elucubraciones prologuísticas que en más de una ocasión han opacado hasta al mismo texto que preceden, de tan geniales. Como las de Borges, reunidas en Prólogo de prólogos, "una suerte de prólogo a la segunda potencia". En el galeato quedó su esperanza de que se valorara a este texto hospitalario un poco más que a la "oratoria de sobremesa" o a los "panegíricos fúnebres"; que dejara de ser, en todo caso, -y que sirva esto de colofón- "una forma subalterna de brindis".

*Directora de la Biblioteca Palafoxiana

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