¿Seguir publicando revistas de pensamiento?

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En una investigación realizada por los profesores y alumnos de Mercadotecnia de una universidad de prestigio en México, se concluye que el impacto de las revistas universitarias entre la comunidad es menor a la media y que, en caso de continuar estas deberían ser digitales, con un diseño editorial donde predomine la imagen sobre los contenidos.

Ante tales resultados, me surgieron preguntas como editora, profesora e investigadora, pero sobre todo, como lectora. Una de ellas es ¿vale la pena seguir publicando revistas literarias y culturales en nuestro país?

México tiene una historia importante al respecto. En un rápido vistazo, aquí estuvo la primera imprenta del Nuevo Mundo, 1539. Aunque en un principio su fin fueron las publicaciones para catequizar, no tardaron en gestarse las que tuvieran una meta educativa, científica y literaria.

En 1722 surgió La Gazeta de México, enmarcada en la ideología borbónica que buscó difundir el poder imperial y sus costumbres en la Nueva España, bajo el ideal utópico de la Ilustración.

No tardaron en aparecer las gacetas editadas por los criollos, con un sentido contrario: difundir la vida cotidiana, las artes y las ciencias naturales y sociales comunes entre la nueva sociedad; fue el caso de José Antonio de Alzate, editor en 1788 de la Gaceta de Literatura de México.

A la postre vinieron periódicos propiamente de la insurrección, que dieron paso al pensamiento independentista: La abeja poblana, 1820.

Cada episodio histórico de nuestro país tuvo publicaciones como vehículo vital para difundir las ideas de los diferentes grupos; como el insustituible de los hermanos Magón, Regeneración, preámbulo de la Revolución.

A partir de los años veinte del siglo pasado florecieron las revistas literarias creadas por grandes poetas y ensayistas. Octavio Paz se erigiría como el intelectual más entusiasta. En sus distintas etapas -con su grupo de amigos inmigrantes españoles o con Rafael Solana, Efraín Huerta, Carlos Fuentes-, fundó revistas culturales donde incorporó el pensamiento universal, el latinoamericano y el que se gestaba en el país, ejemplo de estas son Taller, 1938; El hijo pródigo, 1943; Plural, 1971; Vuelta, 1976.

A partir de los años ochenta las universidades tomaron en sus manos la publicación de revistas de pensamiento, como las difundidas por la UNAM y UAG. Las que no pertenecían a estas instituciones, se afianzaron entre un público lector nacido a más tardar en los años ochenta. Una tríada aún domina el horizonte intelectual. ¿Estas contemplarán continuar con la impresión en un futuro cercano?

Tengo la inquietud de indagar qué otras opciones se deben tomar como editores, gestores culturales, para que no se extinga el placer de la lectura en publicaciones periódicas, aquellas que se leen junto a una taza de café, en los aviones, en las salas de espera, en vacaciones.

Quisiera pensar, no pierdo la esperanza, que la tradición de publicar revistas de pensamiento no tiene las horas contadas, antes bien, que los jóvenes saben que: "cuando no se puede cambiar al mundo, al menos puede hacerse una revista" (Christopher Domínguez Michael sobre Octavio Paz, en Octavio Paz en su siglo)

* Diana Isabel Jaramillo es directora de la Biblioteca Palafoxiana de Puebla

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