Horizontes

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Tere MORA GUILLÉN


Mayo 30, 2017

Regreso de pasar una semana en el paradisíaco Puerto de Acapulco. El mar con sus diferentes tonos de azul, se encontraba agitado, sin embargo fue posible gozar de largas caminatas en la playa; los días fueron soleados, cálidos y espléndidos.

Un viaje en yate, rodeada de familiares y amigas, fue divertido y me hizo revivir momentos dorados de mi juventud en la bahía, cada verano en el hotel "El Cano", con mis papás, tíos, primos, eran fabulosos, el clan familiar nos reuníamos a convivir y divertirnos. Aún recuerdo en mis mocedades en una ocasión me estaba ahogando y Héctor Figaredo que en paz descanse me rescató. Y es que nunca es bueno perder respeto por el mar, ya que es traicionero y debemos tener siempre presente que quien ama el peligro, en él perece.

A los mexicanos el Puerto de Acapulco nos ha permitido disfrutar de momentos gloriosos, celebrar desde un año nuevo, hasta una boda, una graduación, o simplemente celebrar por celebrar la alegría de vivir en compañía de seres amados. Hemos gozado de su bahía, de un paseo en lancha, en paracaídas, el alquiler de una moto acuática, en fin de diversas diversiones en agua. Hasta de las discos, antros, los clavados de La Quebrada, y hoy día las caminatas y compras por La Isla, en Acapulco Diamante.

Una gran tristeza en el transcurso de la semana es que a momentos se percibía un Acapulco paralizado, detenido en el tiempo; un sitio inhóspito. Cierto es que se trata de temporada baja. Sin embargo, nada que ver con los años de gloria del paradisíaco Puerto, donde siempre en la época en que uno fuera había un gran movimiento.

En este viaje, tuve oportunidad de asistir a una divertida fiesta de los 80; y a una hawaianada, el entusiasmo fue enorme y cada una de las asistentes nos esmeramos por llevar el mejor atuendo, recordamos la música de aquellos años y los viajes que en aquel tiempo hacíamos al hermoso Acapulco. Por igual en la fiesta hawaiana, además del escaso vestuario, no faltaron los collares y las piñas coladas.

Son enormes los atractivos de Acapulco, y no por el simple hablar bien de Aca… Sus amaneceres, tanto como sus atardeceres son inolvidables. Al despertar degustar un vaso de agua de coco y unas picaditas con frijoles, chorizo, crema y queso; fueron lo máximo.

Acapulco es bello también por su gente, la mujer que cada día nos preparaba con amor y alegría el desayuno; aquel hombre en Puerto Marquez que se desvivió en atenciones e incluso corrió en bicicleta por unos lucidores guaraches, que bien podrían pasar por ser del extranjero.

Si he regresado a la Ciudad de México renovada por los días vividos, y con ganas de muy pronto regresar al Acapulco de María Bonita, y al de Juan Gabriel. Tengo confianza en que pronto se restablezca la seguridad en el Puerto, que podamos regresar al Acapulco de mis recuerdos, a la Costera Miguel Alemán; a las Brisas. Que vuelva a ser el Puerto confiable, que no tenga que haber hasta seis guardias armados, -algunas camuflajeados-, a la entrada a un almacén de La Isla.

Por lo pronto si hay que visitar Acapulco con la venta en la playa de tamarindos y nieve de coco; sus lugareños que también en la playa ofrecen desde pareos y sombreros, hasta pulseras, aretes y anillos de plata.

Hablemos bien de AcaHablemos bien de México.

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