Un retratista parisino

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Federico VITE


Mayo 30, 2017

Digámoslo de esta manera: Emmanuel Carrère cree que fue novelista. Ahora sólo escribe libros que poseen una estructura parecida a las ficciones de largo aliento.

Practicando con ahínco la gimnasia reporteril, Carrère encuentra los temas que posteriormente derivarán en libros. El oficio periodístico funge, para este hombre, como una rastreador de metales preciosos. Acopia datos, rostros, información; de pronto, como todo experto en la materia lo sabe, explota la epifanía. Tiene ante sí la trama de un documento. Por más violentas o extrañas que sean las personas que le sugieren la escritura de un libro, Carrère descubre en este proceso, en el del tête à tête, una vía de conocimiento hacia el humano interior, el que oculta sobre la superficie de la cotidianidad los motivos reales de su paso por el mundo.

Por ejemplo, en El adversario (Traducción de Jaime Zulaika. Anagrama, España, 2000, 176 páginas) narra la jornada más importante en la vida de Jean-Claude Romand. Nueve días después del festejo de Año Nuevo, en 1993, Romand asesina a su esposa, sus hijos, sus padres e intenta suicidarse. La investigación revela que ese tipo no es médico, tal como pretendía hacerle creer a todo el mundo. Cosa aún más difícil de asimilar: tampoco tiene empleo. Miente desde los dieciocho años. A punto de verse descubierto, mata a su familia. Es condenado a cadena perpetua. "Yo entré en relación con él, asistí a su proceso judicial", dice Carrère. "He intentado relatar con precisión, día tras día, esta vida de soledad, de impostura y de ausencia. Imaginar lo que bullía en su mente a lo largo de las horas vacías, sin proyecto ni testigos, cuando se suponía que estaba trabajando y en realidad pasaba el tiempo en estacionamientos de autopistas o en los bosques del Jura. Comprender, en fin, una experiencia humana tan extrema que me ha tocado tan de cerca y que nos afecta, creo, a cada uno de nosotros", señala el escritor.

En diversas entrevistas, el también autor de Limónov ha dicho que encuentra una historia para convertirla en libro cuando siente que la exploración de ese tema comienza a generar en él un eco íntimo. Explica el proceso de la siguiente manera: "Encontrar la historia adecuada es una parte muy importante del trabajo. Tienes la sensación de que, aunque parezca pretencioso, tú eres la persona adecuada para contarla: tú. Nadie más. A veces es una historia íntima, donde eres la mejor persona para contarla porque estás ahí, sólo por eso. Y otras veces, como en El adversario o Limónov, fue una elección. Es un proceso difícil de entender. Debe tener algo que está lejos de mí, debe exigir un movimiento hacia algo que me resulta ajeno: un hombre que mata a su familia después de mentir durante veinte años, o Limónov, cuya vida sucedió en un mundo totalmente distinto al de mi experiencia.

Por otro lado, debe haber algo común, algo que puede estar oculto: tengo que encontrar por qué me fascina algo tan alejado. Hay un equilibrio entre lo que está muy lejos de mí y lo que produce un eco muy personal. No puedo teorizar, pero poco a poco sientes que puedes hacer algo con esa historia y que eres la persona ideal para hacerlo".

Carrère ejemplifica con un símil pictórico la forma en la que trabaja la distancia psicológica del narrador en cada uno de sus libros. "Cuando me propongo la escritura de un texto extenso, suelo pensar que si yo fuera pintor haría retratos. Si voy al museo me interesa todo tipo de cuadros (paisajes, naturaleza muerta, pintura bíblica o no figurativa), pero lo que más me atrae es el retrato. En cierto modo eso es lo que hago en mis libros. A veces hay un modelo, otras veces yo formo parte del retrato, pero debo encontrar el modelo y el lugar adecuado para colocarme, la relación correcta a lo largo del tiempo. Es la parte principal del trabajo, la más interesante y a menudo la más inesperada. No sabes lo que va a ocurrir: si el modelo estará decepcionado, si te llevarás bien con él, si habrá amor, odio o una mezcla de ambos. Limónov es claramente un buen modelo: es uno de esos retratos donde hay luces y sombras, donde existen grandes contrastes, como un paisaje con un relieve brusco, donde incluso yo me sentí incómodo, a ratos estimulado por tanta fuerza y voluntad. Nunca intento hacer una síntesis: detenerme en un momento y decir quién es Limónov, lo que pienso de él", refiere.

Pero Carrère había sido novelista. Dejó la ficción porque descubrió el atractivo real de las personas, que a la postre terminaron siendo personajes. Se ha vuelto una especie de documentalista del espíritu de su tiempo. Un hombre en busca de testimonio. Me parece extraño que tras publicar sus novelas de no ficción, Carrère sea encumbrado como un escritor y reedite sus primeros libros, en los que la ficción es absoluta. El interés de las editoriales por la obra de este hombre nace cuando se hace público El adversario. Lo ven como un caníbal, alguien capaz de escribir sobre lo que sea con tal de hacer ruido, de crear un gran espectáculo. Se le ha comparado con Truman Capote, pero el parisino es prudente: no se cree ese tipo de alabanzas. Este autor posee la gracia de conjuntar el asombro y testificar desde ese umbral la presencia de lo humano.

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