04 de Junio de 2017 |
Hace unos días, Trump anunció, con toda la solemnidad de la que es capaz, que Estados Unidos se retiraba del Acuerdo de París sobre el clima. Irónicamente el escenario escogido fue el Jardín de las Rosas de la Casa Blanca, dando como resultado un curioso contraste entre el magnífico entorno verde y el sombrío contenido de su discurso. La noticia en sí no representó una gran sorpresa, primero porque durante su campaña había formulado esta promesa en varias ocasiones (entre otras aseveraciones contradictorias), segundo porque varias indiscreciones predecían un anuncio inminente sobre este tema. Sin embargo, se rumoraba que poco antes el antiguo magnate estaba dudando. Reportes señalaban que sus asesores más cercanos estaban divididos sobre esta cuestión y que la lucha entre ellos por convencerlo era áspera. En una inversión de los roles que parecería inverosímil en cualquier otro gobierno, el director del Consejo Económico Nacional, el Secretario de Energía y el antiguo presidente de la petrolera Exxon Mobil (ahora encargado de Relaciones Exteriores) se expresaban a favor de mantenerse dentro del acuerdo, mientras que el responsable de la Agencia de Protección del Medio Ambiente (EPA en inglés) defendía la opción contraria. Haciendo caso omiso a los llamados públicos provenientes de numerosos actores del sector productivo (sin mencionar a las asociaciones medioambientales a quienes de por sí nunca prestó atención), descartando las palabras de los líderes mundiales con los que se había reunido pocos días antes, ignorando por completo las consecuencias conocidas del cambio climático, Trump se aferró a una idea tan sencilla como errónea: seguir contaminando a gran escala es una buena manera de generar empleos. Extremadamente dudosa en el corto plazo, esta máxima se vuelve absurda conforme ampliamos el horizonte temporal. Además, equivale a encerrarse en un esquema mental y económico anticuado, consistente en volver a abrir viejas minas de carbón y desarrollar infraestructuras petroleras en áreas antes protegidas, en lugar de invertir en el prometedor sector de las energías renovables, donde los empleos generados son de largo plazo, en la vanguardia tecnológica y respetuosos del futuro de nuestros hijos. De esta mala noticia se pueden extraer por lo menos dos buenas. Para empezar, el contenido del Acuerdo de París no permite los retiros durante sus primeros tres años de vigencia. Al término de este plazo un Estado puede iniciar formalmente el proceso de salida, que se volverá efectivo hasta un año después. En suma, estamos hablando de cuatro años completos, corriendo a partir de noviembre de 2020… es decir, precisamente el momento en el que, en caso de que siga en el cargo para ese entonces, Trump estaría terminando su mandato presidencial y, probablemente, buscando su reelección. La segunda buena noticia tiene que ver con las reacciones, dentro y fuera de Estados Unidos. Inicialmente se temía que esta decisión provocara una reacción en cadena, al proporcionar a otros países el pretexto perfecto para seguir el mismo camino. Todavía es demasiado temprano como descartar esta eventualidad por completo, pero las primeras señales no apuntan en esta dirección. De inmediato, numerosas personalidades han reafirmado su compromiso hacia el Acuerdo de París, entre ellos, mandatarios de países de primer plano, figuras empresariales y autoridades políticas estadounidenses a nivel municipal y estatal. Como consecuencia, el grado de adhesión al texto reveló ser más sólido de lo que se pensaba inicialmente. En un giro inesperado y bienvenido, el alcalde de Pittsburg, cuya ciudad fue citada por Trump como ejemplo de quienes saldrían beneficiados por el retiro, reaccionó públicamente a favor del Acuerdo de París. El Primer Ministro de la India, del que se temía una reacción oportunista, sorprendió al anunciar que su país redoblaría esfuerzos contra el cambio climático. El recién inaugurado presidente francés pronunció un discurso en inglés en el que llamaba a los estadounidenses a seguir con los esfuerzos globales, señalando implícitamente que de ser necesario Washington podría ser dejado a un lado en el proceso y concluyó con las palabras "Make the planet great again". Con esta decisión, Trump pretendía satisfacer su base electoral y demostrar su determinación y su capacidad para remar contra corriente. Como resultado, asestó un golpe más a su propia credibilidad, ya muy debilitada, y aumentó su grado de aislamiento, en el plano tanto interno como internacional. Afortunadamente, la primera víctima de esta nueva gesticulación parece ser él mismo. * Profesor de tiempo completo del Tecnológico de Monterrey, en la carrera de Relaciones Internacionalesbmichalon@itesm.mx |