11 de Junio de 2017 |
A raíz de las elecciones legislativas del jueves pasado en el Reino Unido, el Partido Conservador se llevó 319 escaños, contra 261 para su rival histórico, el Partido Laborista. Los otros partidos se repartieron entre todos los 70 lugares restantes. Con justa razón estos resultados fueron presentados como un estrepitoso fracaso para la Primera Ministra Theresa May. Antes de adentrarnos en las razones por las cuales la victoria del bando conservador fue analizada como una derrota de su lideresa, vale la pena colocar este suceso dentro de su contexto, que nos permitirá medir hasta qué punto los políticos conservadores británicos han sido al mismo tiempo atrevidos y errados en sus estrategias más recientes. En 2015, en la campaña por su reelección, el primer ministro David Cameron prometió que, de seguir en el cargo, organizaría un referéndum sobre la permanencia de su país dentro de la Unión Europea. Él mismo no era fundamentalmente antieuropeo: al contrario, formaba parte de esta ala pragmática del Partido Conservador que era consciente que, si bien la UE distaba de corresponder cabalmente a la organización internacional de sus sueños, un sencillo cálculo costo-beneficio recomendaba seguir dentro del bloque. Y con más razón todavía, teniendo en cuenta las múltiples derogaciones y exenciones obtenidas por los gobiernos británicos anteriores a lo largo de las décadas pasadas. La promesa de un referéndum respondía en realidad a un cálculo estratégico, pues el objetivo era doble: dar un motivo de satisfacción al ala más anti-UE de su propio partido, cuya influencia iba creciendo, y atraer los votos de los electores euroescépticos, quienes en comicios anteriores habían demostrado ser cada vez más numerosos. A partir de ahí, el plan de Cameron era sencillo 1) Abrir negociaciones con la UE para obtener un estatus todavía más especial y 2) Durante la campaña del referéndum, defender la opción Remain, consistente en conservar el estatus de miembro, bajo las nuevas condiciones recientemente negociadas. Lo que Cameron había subestimado era la dinámica que logró impulsar a su favor el bando que defendía el Brexit, en especial gracias a Nigel Farage y Boris Johnson, dos personalidades tan controversiales como influyentes. El voto organizado en junio de 2016 tuvo el desenlace que todos conocemos. Cameron había perdido su apuesta. Lógicamente, decidió renunciar a su cargo: no solamente había sido personalmente desacreditado por el veredicto de las urnas, sino que no hubiera tenido mucho sentido seguir encabezando el gobierno que tendría la misión de implementar el Brexit, después de haber defendido la opción contraria durante el referéndum. Theresa May fue designada como su sucesora. Irónicamente, ella también se había posicionado del lado del Remain, aunque de manera menos visible que su antecesor. En todo caso, no lo consideró como un obstáculo para dirigir su país en la dirección opuesta del Leave. Rápidamente, dio a entender a sus homólogos de la UE que el Reino Unido sería intransigente en las negociaciones que determinarían las modalidades concretas del "divorcio": por ejemplo, señaló que "ningún acuerdo sería mejor que un mal acuerdo", una manera diplomática de avisar que podría retirarse de las negociaciones en cualquier instante. En aquel momento, el Partido Conservador gozaba de una posición relativamente cómoda dentro de la Cámara de los Comunes, el principal órgano legislativo: controlaba una mayoría absoluta de los escaños, lo que teóricamente le permitía aprobar leyes aun cuando todos los otros partidos se opusieran a las mismas. Sin embargo, May quería reforzar la presencia de su partido en la asamblea legislativa, para no quedar a merced de posibles disensiones dentro de su propio bando: en caso de que cinco de sus diputados no le siguieran la corriente, perdería la mayoría absoluta y por ende el control de este órgano. Para lograrlo, se lanzó en una atrevida apuesta: basándose en encuestas de opinión que en aquel momento le eran favorables, disolvió la Cámara de los Comunes -una facultad clave en manos del jefe de gobierno en cualquier sistema parlamentario-. Como consecuencia de esta iniciativa, se convocaron nuevas elecciones legislativas. Éstas desembocaron, hace pocos días, en una victoria del Partido Conservador, pero mucho menos amplia que esperado, de tal manera que en lugar de reforzar su mayoría absoluta la terminó perdiendo. Aunque fragilizada, May no quiso renunciar. Ahora, por culpa de un error suyo, tendrá menos capacidad de acción para seguir adelante con la implementación del Brexit, un proceso que su propio sucesor causó sin desearlo. bmichalon@itesm.mx* Profesor de tiempo completo del Tecnológico de Monterrey, en la carrera de Relaciones Internacionales |