Había una vez que no existían los libros de cuentos

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Diana Isabel JARAMILLO


Junio 12, 2017

Había una vez que los niños dejaron de leer cuentos. En aras de formarlos para ser exitosos ciudadanos, en sus escuelas, la hora de lectura fue cancelada. Tras las lecciones de lenguas orientales, tenis profesional, liderazgo infantil, llegaban a sus casas a cenar, hacer tareas escolares y, por fin, a dormir. Pero no nos lamentemos, esos niños rápidamente -velozmente- crecieron y fueron adultos felices, como les dijeron que podían serlo.

Tampoco es fatal. El hábito de la lectura infantil no siempre ha existido. La publicación de libros para los más pequeños de la casa es "reciente", surgió tras la Revolución Francesa, a finales del XVIII. Fue hasta entonces que en los proyectos gubernamentales se contempló el derecho a la lectura de los niños y las mujeres: la alfabetización democrática apareció.

Con la institucionalización y divulgación de las bondades de la escuela primaria gratuita en Inglaterra en 1870, y diez años después en Francia, los libros para cultivar ("cultivar", qué palabra para definir la acción de procurar cultura o cuidar el desarrollo de una planta) a los párvulos, proliferaron.

Al mismo tiempo, se "inventaba la infancia"; se aceptaba que los niños eran diferentes a los adultos, que no necesitaban crecer rápido, que tenían por poco más de una década, diferentes aptitudes, necesidades y problemas. Por lo cual, los libros para educarlos y darles un marco de referencia para interpretar al mundo, eran de invaluable ayuda.

Ante la demanda y la oferta de libros de cuentos, los escritores decimonónicos se interesaron por recopilar los relatos del folclor y la tradición oral; otros por innovar y atender a la capacidad de asombro de los niños. En Francia, las fábulas que reunió La Fontaine de la tradición grecolatina fue un best seller; en Alemania, los hermanos Grimm retomaron las leyendas sobre hadas; en Dinamarca, Hans Christian Andersen trató de apartarse del modelo didáctico para atender a la fantasía en sus 156 cuentos. Al final, el espíritu didáctico de los primeros libros cedió su lugar a la literatura infantil, aquella que trascendía el afán pedagógico o científico.

Han pasado poco más de dos siglos desde ese florecimiento de la industria editorial infantil. Los cuentos de esa época siguen vigentes con muchas licencias literarias, derivaciones y versiones adaptadas a los niños de hoy que tienen diferentes estilos de vida, intereses y habilidades. Pero siguen existiendo porque seguimos siendo una sociedad necesitada de comunicación, una sociedad alfabetizada e, incluso, como escribe Alberto Manguel: literaria.

Y es que, a pesar de la rapidez con la que vivimos los días, los más pequeños de nuestras casas siguen disfrutando de leer por sí mismos cuentos maravillosos. Por lo cual, corrijo el comienzo del artículo: 

Había una vez que los niños leían por leer. En sus mochilas cargaban con un cuentito, regalo de sus abuelos o sus padres en sus cumpleaños. Entre clase de piano y clase de futbol, disfrutaban de leer por quinta vez el mismo libro: a veces, le inventaban un final diferente, otras volvían a reír a carcajadas. Esos niños crecieron felices, inventando mundos que nadie imaginó que fuera posible existieran.

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