Las proyecciones indican que los candidatos con la estampilla ¡En Marcha! podrían llevarse entre 400 y 460 de los 577 escaños
Por fin, Francia está por terminar su maratón político-mediático: el tema electoral acapara los titulares desde hace cerca de un año y en los dos meses se han llevado a cabo cuatro rondas de elecciones: dos para designar al presidente e igual número para los diputados. Aunque la conformación exacta de la Asamblea Nacional francesa será conocida hasta el final del día de hoy, ya es posible adelantar que estos comicios han transformado profundamente el panorama al que estábamos acostumbrados. Cuando se lanzó en la contienda, Emmanuel Macron estaba lejos de ser considerado como uno de los pretendientes a la victoria final: el partido que recién había creado (¡En Marcha!) era visto como una creación exótica prometida a una efímera existencia. Nadie sospechaba que, apenas un año después, se hubiera convertido en una poderosa "marca" política, capaz de garantizar la victoria –o casi– a cualquier aspirante a la diputación que llevaría esta etiqueta. Desde el año 2002, las elecciones legislativas francesas tienen lugar unas cuantas semanas después de los comicios presidenciales, cada cinco años. Esta ligera diferencia en el tiempo permite que el nuevo presidente aproveche plenamente la dinámica que su victoria había generado justo antes, lo que aumenta considerablemente la probabilidad de que obtenga una mayoría de su mismo bando en el órgano legislativo. Esta dinámica no se generaría de forma tan potente en caso de que ambas elecciones tuvieran lugar un mismo día (como es el caso en México o en Estados Unidos) o en fechas bastante alejadas una de otras, cuando el prestigio personal del jefe de Estado ya fue mermado por el ejercicio del poder (como en las elecciones de "medio mandato" en nuestro vecino del norte). Este año, esta dinámica favorable al presidente se está ejerciendo como nunca antes: las proyecciones indican que los candidatos con la estampilla ¡En Marcha! (ahora La República en Marcha) podrían llevarse entre 400 y 460 de los 577 escaños, lo que significaría una abrumadora mayoría de entre 70 y 80 por ciento de los diputados. Sería una proporción inhabitual en un régimen democrático y sin duda un motivo de regocijo para el nuevo presidente. Ahora bien, de manera paradójica, este espectacular triunfo podría representar un desafío para Macron, por diferentes razones. Primero, estos números podrían aniquilar la confianza de la sociedad en la existencia de contrapoderes dentro del sistema político y por ende restar legitimidad democrática a las decisiones tomadas por el mismo: una ley adoptada por la Asamblea Nacional correrá el riesgo de sr vista como servilmente avalada por una institución controlada desde el Palacio del Eliseo. Lo anterior podría suscitar la organización de iniciativas fuera de los canales institucionales existentes: si no existe una "oposición política" con una fuerza que la haga digna de este nombre, los sectores de la población que se sienten sus intereses amenazados podrían recurrir a otros métodos para expresar su rechazo, algo que los franceses han demostrado hacer muy bien en tiempos recientes y no tan recientes. Segundo, esta mayoría parlamentaria no sería nada monolítica: hoy, los candidatos que se presentan bajo el estandarte de La República en Marcha presentan una gran diversidad entre sí: varios de ellos provienen de partidos tradicionales, de derecha o de izquierda, que han decidido abandonar de manera oportunista, mientras que muchos otros provienen directamente de la sociedad civil y no cuentan con experiencia política previa. Cuando existe la meta común de una victoria electoral, un ensamblaje tan heteróclito puede subsistir en el corto plazo, pero se plantea la cuestión de su continuidad en el tiempo: resulta difícil imaginar que no aparecerán "corrientes" y "fisuras" dentro de un grupo parlamentario que destaque al mismo tiempo por su número y su heterogeneidad. ¿Será posible mantener una cohesión genuina cuando surjan debates sobre los temas más controversiales? El tercer riesgo sería de orden psicológico: ¿Qué restricciones y límites será capaz de imponerse a sí mismo un presidente que siente que tiene un control tan estrecho sobre los principales mecanismos del poder político? Ciertos episodios de semanas recientes son reveladores en este aspecto: el trato prepotente hacia la prensa, así como ciertas declaraciones, públicas o privadas, parecen indicar un exceso de confianza. Sin duda, esta tendencia se acentuará si se confirma el tsunami electoral anunciado. bmichalon@itesm.mx* Profesor de tiempo completo del Tecnológico de Monterrey, en la carrera de Relaciones |
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