El momento oportuno para replantear la política exterior hacia América Latina y el Caribe

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Tomás Milton MUÑOZ


Junio 25, 2017

A partir de la negociación, firma y entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), a mediados de la primera parte de la década de 1990, los gobiernos mexicanos pusieron como prioridad en su agenda de política exterior a Estados Unidos en demérito de América Latina y el Caribe, situación fundamental para que el Estado mexicano perdiera un liderazgo en la región que no ha sabido recuperar debido a una serie de estrategias confrontativas y poco atinadas.

El TLCAN fue la estrategia que permitió a México ingresar al modelo económico neoliberal ante el agotamiento del estatista y proteccionista sistema de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI), vigente entre la década de 1940 y finales de la década de 1980, sin embargo se descuidaron de forma paulatina las relaciones con los países latinoamericanos y caribeños, y se dio una división en cuanto a proyectos de integración, por una parte nuestro país apostó por América del Norte, mientras que las potencias sudamericanas, Argentina y Brasil, optaron por una integración sin Estados Unidos a través del Mercado Común del Sur (Mercosur).

Esta segmentación se fue ampliando a medida de que avanzaban los gobiernos de izquierda tanto en Centro como en Sudamérica y que impulsaban nuevos foros de integración como la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR), en el caso de los segundos. En México, mientras tanto, se daba un giro a la derecha con la llegada del Partido Acción Nacional (PAN) a la Presidencia de la República, y los roces con países del continente se hicieron más comunes y evidentes en materia política y de derechos humanos.

El liderazgo alcanzado por México gracias a una serie de acciones concretas como la recepción de refugiados sudamericanos perseguidos por regímenes dictatoriales en la década de 1970, la conducción de los trabajos del Grupo Contadora, junto a Colombia, Panamá y Venezuela, para alcanzar la paz en Centroamérica y la protección otorgada a guatemaltecos en el sureste mexicano en la década de 1980, se fue diluyendo al tener como prioridad un proceso de integración con Estados Unidos que se quedó sólo en lo económico, lo aduanal y en una serie de cuestiones de seguridad impuestas desde Washington.

Este alejamiento de América Latina y el Caribe, con todo y la creación en 2011 de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac), parecía no ser de relevancia capital para la administración del presidente priista Enrique Peña Nieto, hasta que apareció en la escena política Donald Trump con sus aseveraciones contra el libre mercado, la inmigración indocumentada y los mexicanos, en particular, como "amenaza".

Las diatribas y acciones del nuevo presidente estadounidense en contra de México no generaron una reacción unánime de apoyo por parte de América Latina y el Caribe hacia el Estado mexicano, lo que llevó a replantear la estrategia con la región desde Los Pinos para recuperar influencia en la zona por medio de un nuevo Canciller, Luis Videgaray, quien al recibir el encargo reconoció que llegaba a aprender sobre diplomacia.

La prioridad definida fue darle mayor protagonismo a la política exterior mexicana para acercar posiciones con Estados afines, entre ellos Argentina, Brasil, Colombia y Perú, que cuentan con gobiernos de derecha o centro derecha, y se ha puesto como objetivo la resolución de problemas políticos, como lo es la crisis que vive Venezuela y que ha dejado más de 70 muertos en los últimos tres meses.

Sin embargo, el liderazgo no se recuperará haciendo el trabajo sucio de Estados Unidos, pues a pesar de las violaciones a los derechos humanos que se presentan en Venezuela y de la falta de garantías democráticas, la Cancillería mexicana gastó un gran capital político en el intento fallido de aprobar una resolución en contra del gobierno de Nicolás Maduro durante la 47 Asamblea general de la Organización de Estados Americanos (OEA), realizada hace unos días en Cancún, Quintana Roo.

El papel del gobierno de Maduro es indefendible, empero no es obligación de México librar las batallas políticas de Estados Unidos, cuyo gobierno desearía la caída del presidente venezolano, en cambio la Cancillería mexicana puede aprovechar que en Sudamérica existen en este momento países dispuestos a explorar alternativas comerciales para evitar la enorme dependencia que se tiene en el rubro con Estados Unidos y con el que se renegociará el TLCAN.

Es momento de equilibrar la política exterior de México y no apostar todo a la relación con Estados Unidos, y menos cuando un personaje como Trump se encuentra al frente de la Casa Blanca.

Por medio del comercio y de la mediación -no de la imposición de resoluciones a otros Estados latinoamericanos, que aunque sus gobiernos son cuestionados, también son soberanos-, así como del acercamiento a otros bloques regionales y países dentro y fuera del continente, de la gestión de los flujos migratorios junto a los vecinos centroamericanos -en lugar fungir desde hace años como un dique de contención de migrantes por presión de Estados Unidos-, y de impulsar iniciativas que promuevan los lazos culturales, sociales, educativos y turísticos, México podría recuperar parte de ese liderazgo en América Latina y el Caribe.

* Doctor en Ciencias Políticas y Sociales. Profesor e investigador de tiempo completo adscrito al Centro de Relaciones Internacionales de la UNAM y profesor de cátedra en el Tecnológico de Monterrey.

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