Calendario para señoritas mexicanas, del siglo XIX

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Diana Isabel JARAMILLO


Junio 26, 2017

A las señoritas mexicanas, cuyas virtudes forman el honor de su sexo:
su ternura, el consuelo del hombre;
su belleza, el más brillante ornamento.
De su patria, ofrece
este leve obsequio Mariano

Galván Rivera

De los hallazgos de la historia de la lectura, los que más me gustan son los hitos de la educación de cierta época, como la delicia del Calendario para señoritas mexicanas, publicado anualmente de 1838 a 1843, por Mariano Galván Rivera.

Hermoso libro impreso en pasta dura, del tamaño de un dieciseisavo -muy pequeño-, con finas litografías, algunas coloreadas; cenefas y remates en cada sección: estéticamente a la altura de un impreso francés decimonónico, equivalente al de las revistas Marieclaire o Vanidades de hoy en día. Es decir, contenía los intereses y el perfil de lo que debía ser y saber una mujer à l'époque.

Se presentaba como una lectura relajada, pero apegada al código de conducta de una sociedad que pujaba por encontrar su identidad. Los modelos no podían ser otros que los europeos, y la sociedad mexicana, tras la dolorosa guerra de Independencia, no tenía más aspiraciones que las de la Ilustración.

Las necesidades intelectuales de la nueva clase criolla incluían la de reforzar el modelo de familia para integrar una sociedad pujante, conservadora, sin ideas insurrectas. Por lo cual, no puede asombrarnos que las lecturas seleccionadas para cada tomo de la publicación intentaran contener el carácter impulsivo o concupiscente de las niñas. El apego a los "buenos" principios eran el eje para que el índice incluyera: calendario de fiestas religiosas, códigos de vestimentas para ir a misa, pasear, caminar en la mañana, recibir visitas, casarse –acompañados de patrones de vestidos franceses-, consejos para el lavado de la ropa delicada -importada-; relatos que resaltaran la moral, la higiene y la obediencia a los padres y al esposo.

También incluía artículos sobre la cultura general, en el ejemplar de 1840 viene un buen texto sobre la catedral de Puebla, con detalles sobre su historia y arquitectura; otro de astronomía: "Nociones generales sobre la esfera, opúsculo elemental de cosmografía". Siempre traía poemas, no de poetas reconocidos pero sí endecasílabos cuidados; consejos de belleza –para que fuera graciosa y discreta, elegante y sutil-; descripciones de fino bordado, almidonado de prendas; pintura al óleo, música y un tratado sobre El arte de escribir cartas o sea el arte epistolar, que abarca no sólo el perfecto uso del español, sino la elección de un estilo literario modesto –no pomposo-, así como el adecuado doblez del papel a enviar. 

¿Cómo debía ser la mujer del siglo XIX? Si me apuran, lo que se esperaba de ella, según este tipo de publicaciones, no es muy diferente a las altas expectativas de varios sectores de la sociedad mexicana de hoy, en los que la mujer aún debe "suavizar la vida de los otros, entender los trabajos del matrimonio, saber blanquear cuellos y aceptar las amarguras de la maternidad"; al mismo tiempo que tener talentos exquisitos: pintar, tocar el piano, saber escribir, leer y ser "la bella y encantadora mitad del género humano". Lo sé, este hallazgo literario da para tantas y más postales; en tanto me contento con admirar la inagotable imaginación que los libros resguardan, como lo muestra el grabado de uno de los relatos del almanaque femenil: El murciélago alevoso.

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