Sin duda estamos mejor solos (segunda parte)

  • URL copiada al portapapeles

Federico VITE


Junio 27, 2017

Primera Parte | Segunda Parte

Digámoslo de este modo, Covadlo apuesta por el escándalo de la espectacularidad, por el show de lo amarillo, la sangre y el cuerpo de los amantes; textos nacidos del pulp, de un folletín, pero siempre con la intención de salirse del canon serio, testarudo y francamente aburrido de los académicos.

Para el autor argentino, la catástrofe es la revelación sorpresiva del relato. Como si el autor fuera un mago al estilo de Beto el Boticario, el lector empieza a descubrir algunos hilos sueltos en los cuentos. Tramas que se resuelven con pinceladas humoristas. Lo atractivo de este escritor de culto es que sólo tiene dos libros de cuentos y ya con eso le ha bastado para que autores de grandes ligas en castellano se tomen el tiempo de opinar sobre la obra de este tipo; por ejemplo, Quim Monzó, Marcos Giralt Torrente, Antonio Muñoz Molina, Gustavo Martín Garzo, Enrique Vila-Matas.

Al pensar en la estética ruidosa de Covadlo, recuerdo a un autor de gran oficio, consumado ídolo de algunos lectores en América: Claudio Magris. Creo en la sobriedad que poseen las historias de El conde y otros relatos (Traducción María Teresa Meneses. Sexto Piso, 2014, 90 páginas). Un libro que no se propone renovar nada; muy penas, tiene interés en contar historias y construir desde la serenidad de un narrador maduro el espacio por el que transitan personas sumamente enojadas con ciertos actores del mundo, pero hay ahí una poética encaminada a lustrar los fracasos, no a condensarlos con el humor, como lo hace Covadlo.

El relato que da nombre al volumen de Magris, 'El Conde', aborda la historia de un tipo que se dedica a rescatar los cadáveres que aparecen flotando en el río. Nunca recoge los cuerpos de mujeres, ni siquiera concibe la posibilidad de ese hecho, pero alardea de las relaciones que ha tenido con ellas. Acopia en su barca a los suicidas y los accidentados. Es una especie de Caronte que tiene sus guiños con el mundo frívolo de la moda y el escándalo mediático, pero el texto no cambia el enfoque.

A pesar del contexto en el que se cimenta la historia, ni la penumbra en el río ni el asunto lóbrego que nos refriere, insisto, cambian la tonalidad del relato. Esos elementos agrandan el tema del texto: la sobriedad de la frustración. Se cimenta el personaje, desde un acto inusual, como un detractor de los vivos. Y el texto camina, el suspenso crece. El lector como un testigo del espectáculo del mundo se regocija.

Contrario a lo propuesto por la estética de Covadlo, Magris apuesta por la literatura sin aspavientos, incluso adjetiva menos, recurre a la prosa directa en la que cada oración expone los motivos del personaje. Cincela a golpes de martillo un paisaje distinto al conocido por todos.

Es curioso que bajando los decibeles de la voz del narrador, casi como una confesión, Magris logra crear el mismo efecto que Covadlo, aunque el argentino sube la voz, golpea la mesa. En ambos casos hay una exploración de la masculinidad, pero el resultado es distinto. Magris deja encumbrado al hombre, Covadlo lo sacude, le hace cosquillas, luego lo abandona.

Bajo la óptica de estas dos propuestas narrativas, notamos un sendero que nos acerca a una orilla simpática del continente literario: escribir también es tocar el mundo, es un ejercicio de la mirada, es un eco forjado por centenares de voces que nos recuerdan sentencias mínimas; por ejemplo, somos mortales y siempre estamos mejor solos.

  • URL copiada al portapapeles