¿La biblioteca ideal?: la ajena

Por naturaleza deseamos lo que no es nuestro

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A la par de la existencia del libro, la de las bibliotecas. La palabra biblioteca como la acumulación de libros en un solo lugar. Como cualquier colección, obsesión por acumular: el soñar con la mejor, la única: la biblioteca ideal. Ideal: "que no existe sino en el pensamiento", que es perfecta.

Sabemos que aún antes de los tipos móviles de Gutenberg ya se aspiraba entre los monarcas y jefes de la iglesia a tener una biblioteca perfecta que tuviera todo lo "útil" que la mano del hombre había escrito.

¿Cómo era esa biblioteca? En el XVII, les tocaba divagar en las definiciones: Naudé, en Advis pour dresser une Bibliothèque, describía que la biblioteca ideal debía ser numerosa antes que lujosa, bien cuidada en la selección de autores y de colecciones.

Los que amamos los libros ("amor": deleite que produce una cosa presente o ausente) tenemos como epítome la descripción de Borges: una donde "sus anaqueles registren todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (número vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es dable expresar".

Quien inspiró a Borges, Laswitz, alemán, la describía como aquella donde no existieran los autores comerciales pero se encontraran todas las interpretaciones en las que nadie ha pensado todavía; las obras perdidas, las obras futuras, el tratado universal de Paz mundial y la historia de las guerras del futuro que resulten de él 1.

Alberto Manguel también ha dedicado un libro a definir el lugar de encuentros entre libros y lectores: "Sobre la puerta de la biblioteca ideal está escrita una variación del lema de Rabelais Lys ce que voudra (Lee lo que quieras)"2.

En este punto, reflexiono que lo ideal, también, es lo ajeno. Por naturaleza deseamos lo que no es nuestro. Javier Vargas de Luna, escritor y académico, durante tres años ha publicado en su columna Bibliotecas ajenas (www.unidiversidad.com.mx), las visitas que ha hecho a lo largo de Hispanoamérica a los anaqueles de personajes de a pie: En Cuba, un marinero que durante 40 años imaginaba la tierra a través de Mark Twain, El príncipe y el mendigo; y Chersterton, El hombre que fue jueves.

Pero también está la librería del taxista del Canal de Panamá y otras bibliotecas personales a las que él llegó congraciándose con el que vende café, el taxista, el párroco, en Guatemala, Argentina, Madrid, Bogotá, Chile, San Cristóbal de las Casas. Cuando escribió en Montevideo, donde algunos libreros renegaban de Benedetti y Onetti, pero contaban con sendas bibliografías de escritores del boom, Javier Vargas de Luna reflexionó:

"Ahora lo entiendo: abrir el paso de tus libreros a un extraño predice y calla mucho de lo que somos, y todo en un solo golpe de ojos. De alguna manera, exhibir los títulos que habitan nuestras repisas es desnudarse en el recorrido de las portadas, confesar lo que nos desvela y aun lo que nunca dejaremos de ser, tal vez anunciar manías, quizás proclamarse de vacíos, sin duda corromper intimidades. Sobre todo, es reconocerse irremediables -o sólo canónicos- entre volúmenes conservados al alcance de la mano en las geografíass domésticas de nuestro paso por el mundo. Mostrarse, revelarse, descobijarse así es publicar el balance de lo que nos hace frívolos lo mismo que insondables, cotidianos tanto como irrevocables."3

¿Cuál es la Biblioteca ideal, para usted, querido lector, también resulta la biblioteca que está enfrente, la pública, la prohibida? Tan infinitas las respuestas, como las posibilidades y, también, tan inabarcable como nuestra imaginación.

  1. Lasswitz, Kurd. La biblioteca universal. Barcelona: Centellas, 2013.
  2. Manguel, Alberto. Bibliotecas. Bogotá: Aecel, 2016.
  3. Vargas de Luna, Javier. En "Bibliotecas ajenas", Unidiversidad. México: Buap, 2014.

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