Cocaína podría poner en riesgo la democracia

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Martín CORONA


Julio 06, 2017

En su libro Cero, cero, cero Roberto Saviano investiga y plantea cómo la cocaína es el negocio más lucrativo en la historia de la humanidad. No sólo traspasa los límites de los países y las leyes, sino de los bancos y las reservas, traspasa las membranas mucosas y las arterias y venas de corazón y cerebro, destruye la sexualidad del adicto, hace añicos la personalidad del individuo convirtiéndolo en un zombi, únicamente destinado a su propio placer proveniente de un pequeño polvo que suministra vía nasal, fumado o inyectado.

Y el mismo Saviano deja claro por qué: la cocaína es el producto que más se vende en el mundo. Un estudio demostró que hasta un 90 por ciento de los billetes de uso común tienen rastros de cocaína y recientemente se descubrió que hasta en las remotas aguas de la Antártida hay restos de cocaína. Y esta demanda tan alta sólo se puede pagar en efectivo. La cocaína se compra con dinero contante y sonante, no con intercambios de ninguna especie, ni con tarjetas de crédito o favores; la cocaína es dinero en efectivo por toneladas.

Esa "diosa blanca" del capitalismo moderno ha tomado todas las mañas del diablo mezclándolas con los placeres más altos de cualquier dios. Por una parte toda le gente la conoce, sabe de ella y una gran mayoría se sirve de sus placeres. Mientras la niega a gritos y la consume tras la puerta del baño. La comparte con amigos íntimos de una noche y la cela con pasión a la mañana siguiente. Y en su ser fantasmal y aparentemente oculto está una de sus más grandes fortalezas, nadie te dirá que la consume aunque sus ojos y el sudor de sus manos te deje claro lo contrario. El adicto peleará a gritos y se enfadará como nunca antes cuando le reclames, no porque él quiera sino porque esa es la mística de la cocaína. Claro está que su uso en círculos de poder se mueve de otro modo.

La cocaína cambió las redes neuronales del humano promedio en nuestra época.

Está presente en las artes, la política, los deportes, la ciencia, la construcción, la transportación por tierra y aire, está presente en nuestras familias y en la religión, está en todas partes pero nadie afirmará verla, tenerla o comerciarla, al menos no públicamente.

Pero, ¿cuál es el secreto de esta señora en polvo?

Su secreto es que no tiene secreto. Ella genera lo que la gente busca en Dios, es capaz de replicar la emoción del enamoramiento y el amor, hace que estés dentro de un grupo social de forma amable, integrada y completa. La palabra mágica es placer, por vez primera no necesitarás esforzarte, creer, trabajar o si quiera pensar en sudar, la cocaína te dará placer al primer golpe.

Este placer inmediato genera adicción, porque a la humanidad nos encanta el placer, igual que los monos, igual que a los perros, de hecho muchas teorías proponen que las personas trabajamos día tras día para llegar al placer del fin de semana, que trabajamos más de la mitad de nuestra vida para llegar a disfrutar en el futuro de una jubilación (de júbilo, de alegría) permanente en la vejez. En cambio las drogas nos ofrecen ese júbilo de forma inmediata, pero a cambio, nada más y nada menos que de nuestra identidad como individuos y de dejar atrás a nuestro grupo social.

Al adicto a la cocaína no le importa su familia, ni sus amigos, mucho menos su grupo social, su comunidad o el destino de otras personas que no considera cercanas. Y ese peligro está latente en la democracia actual.

Hagamos un ejercicio de fantasía. El pueblo elije a un representante, pero éste se vuelve adicto al placer de la cocaína, así que sólo pensará en tener más droga, más placer y más control de todo para sí mismo. Esta ansia de control lo hará confiar sólo en gente igual de adicta que él, además que le permitirá controlarla podría vendérsela él mismo, de modo que se vuelve el negocio perfecto. El líder de un grupo vuelve adicto a todo el grupo para ganar dinero de la venta. Por fortuna aún no hay evidencia de que esto ocurra en nuestros sistemas de gobierno, ni en menor ni en mayor escala.

El gran riesgo de las drogas no es sólo el daño al individuo, sino la pérdida de una estructura de pensamiento y de organización social. Y, lo más complicado es que, de llegar a ocurrir, los implicados no podrían darse cuenta del daño tan grande que hacen a todo un pueblo en su búsqueda egoísta de placer.

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